No pido compasión ni piedad: según uno de mis profesores chidos, uno como lector debía prestar atención a Onetti cuando colocaba, de manera magistral, la palabra “piedad” en alguno de sus cuentos o novelas. La piedad como una advertencia de la desgracia, el comienzo de una redención inasible. Es fácil imaginar a Onetti bebiendo en silencio mientras escucha a José José y piensa en alternativas mejores. Me pregunto si habrán compartido mesa, si alguna vez platicaron. Quizás se encontraron en alguna cantina, sin saber quién es quién, y bebieron y hablaron de mujeres, amores del pasado, de gestos machos cada vez más insostenibles pero, en ese universo, muy románticos, el único modo posible para hacerse hombre. Teoría número seiscientos sobre el universo de Onetti: son universos paralelos a su propia desgracia pero no podía manipularlos a su antojo, era sólo un testigo, Díaz-Grey, y Larsen (también Junta, pero primero Larsen), y Petrus también tenían que ser unos desdichados.

Tengo mil noches de amor que regalarte: qué infinito se escuchan mil noches en los labios del cantante correcto; una voz desesperada y que viene de las profundidades del ahogo, un lamento revestido de desamor. Te encuentras lavando los platos, escuchas el radio de fondo y de pronto, de las profundidades de algún alma atormentada, piensas en tus propios amoríos y en qué hubiera pasado si hubieras extendido el amor, ese amor, una mil noches. ¿Será una referencia a los cuentos eternos de Scheherazade? Enjabonas los vasos, se te encoge el pecho y se te ocurre: “No sólo se trata de salvar la vida, pero también el amor, porque qué importa el amor sin vida. Mi cabeza en su lugar, pero qué pasa si el corazón está hecho trizas”. Pobre perrito triste, pero seamos francos: mil noches no son siquiera tres años y si hacemos caso a algunos estudios científicos por ahí, es precisamente lo que dura el amor intenso, el amor infatuado, la etapa más sabrosa del enamoramiento. Quizás el Príncipe sabía más de lo que imaginamos: la teoría cuántica de los amores y desamores, estados fluctuantes del alma.

Insegura titubea y mis sueños me los rompe: no me canso de repetirlo: creo que la única novela donde encontré una perfecta explicación de los celos, y su desarrollo, es en La prisionera de Proust. Lo malo de esta recomendación, la cuál uso para explicar uno de los sentimientos humanos más viejos, es que tiene truco: también es conveniente leer las novelas que la anteceden para saber cómo llegamos ahí, aunque sea de refilón, y dejarse atrapar por el malestar de nuestro narrador. Y después, bueno, para cerrar de manera saludable para el ánimo, echarse La fugitiva. Quién tiene tiempo para leer las 7000 palabras de un narrador desquiciado cuando, también, puedes echar dos hielos en un vaso, una medida de ron y el resto de Coca-Cola. No te engañes, la bebida se vuelve amarga cuando ella, o él, o quien sea, se desliza de tus brazos e imaginas una sucesión de rostros de aquellos que podrían ser mejores amantes. Quizás la mejor ficción del hombre es, precisamente, soñarse envuelto en desgracias de su propia invención.

Te lleno de besos y caricias mustias: ha muerto el Príncipe. No era asiduo a su música y creo que, como la mayoría, sólo lo escuchaba en radios lejanos o mientras tomaba con los amigos. José José en la peda no sólo pronunciaba el final de la noche, pero también el cierre de algunas tristezas y la resurrección de ciertos dolores. Piensas en casas ajenas, imaginas las posibilidades de ser un mejor hombre si te hubieras quedado en ellas, si hubieras trabajado para ser otro, ser menos tú. En aquellas fiestas, misteriosamente me poseía algún espíritu de la bebida y de la voz, así como a todos los demás, y podía pronunciar aquellas canciones como si fueran mías, una hermandad de coros que resonaba en corazones heridos, solitarios y oscuros. Podría señalarse lo obvio: por ejemplo, el machismo o la cursilería, pero de qué serviría si precisamente el mundo sigue rechazando a estos íconos, los reconfigura para ponerlos en otros espacios. Su muerte termina convirtiéndose en un reto para nuevas generaciones. ¿De qué se cantará? ¿Qué se dirá ahora? Muchas cosas, seguro, uy, muchas cosas pero no habrá otro José José. Se ha ido una prodigiosa voz que podía limpiar las imperfecciones y con ello, iluminar la verdad: somos cuerpos que constantemente luchan contra los impulsos, la caída, el vacío. La salvación a esa caída podría estar en las noches que bebemos en silencio y nos sentamos a escuchar una sola canción.

Publicado originalmente en LJA.