Esta tarde, durante la recta final de nuestra caza de pokemones, y después de una caminata de 3 horas bajo el sol, me senté en un barandal de piedra para escuchar a una muchacha cantar Urge. Escribo esto de noche, creo que acumulé tanto sol que me siento radiactivo. Pero todavía la escucho. Urge una persona que me arrulle entre sus brazos. Mi esposa me acompañó en aquel capricho y cuando acabó la muchacha de cantar, Mariachi Loco next, huimos discretamente para comprar un par de pizzas, comer y finalmente dormir durante los festejos patrios. La patria está más filosa que nunca con un presidente mitómano, dicharachero y chascarrillo, con las narcofosas que siguen descubriéndose todos los días y con el aumento de la presencia militar en los estados del norte. En Cholula siguen lanzando los cohetes, siguen citando a los mariachis para ahuyentar a la noche y despertar a la madrugada. Alguno de mis vecinos está tirando dos que tres balas al aire para demostrar un poder ordinario y aburrido. La pobre de Nico y sus orejas se arrastran en círculos, rogando al dios perro que se acaben los gustitos pirotécnicos, pero la nación se chupa la cola y es imposible pedirle a la gente que abandone la obsesión por iluminar los cielos porque aún necesitan olvidarse de esta versión de México, o sentirse parte de ella para pertenecer en algún lugar. El mexicano hiperrealista.

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Uno de mis pasatiempos preferidos, hace algunas décadas, era imaginarme en diferentes estados, circunstancias, situaciones, raíces. Variantes mías que progresaron de modos distintos a mi presente. Diferencias en los orígenes y los desarrollos: distintos apellidos, distintos colores de cabello o de carne, distintos apodos o acentos de español. Otro sexo, otro cerebro, otras inclinaciones, otras extremidades y, si estaba muy relajado, incluso otros planetas. Sí, alguna vez bebí un café con leche en Plutón. Tenía mis alternos preferidos: Carlos Bohrs, Boris Santiel, Simón Dor, Mafessoli (a veces doble efe, a veces doble ele). Me gustaba soñar despierto con mis propios what-if, emulando los cómics de Marvel que leía cuando era niño, antes de leer siquiera a Borges y sus modos de encontrarse en sueños. Quizás lo más divertido de mi juego es que podía ser tan trágico como desease pero, por otra parte, entre más crecía y más dificultades tenía, me gustaba pensar en alternativas más tranquilas o aburridas.

Podía imaginarme, por ejemplo, escribiendo en paz y eso se sentía como un verdadero paraíso. (Pero últimamente me concentro en escribir y soñar los libros en vez de aquella imagen del escritor pacífico; he cambiado una guerra por otra).

Abandoné los sueños de variantes presentes porque últimamente no creo que haya otros destinos. Mi vida es única. He dejado de creer en alternativas o desarrollos paralelos, ahora pienso en otras cosas cuando corro, o cuando me ducho, o cuando el trabajo es un tedio y pienso en mi siguiente lectura, mi siguiente videojuego, algún cuento que hable de sexo, de traición o de carne. Los he vencido a todos (quíhubo, Jet Li) y cuando termine mi turno en la simulación, los datos recabados no habrán servido de nada, o no servirán para estimular imaginaciones jóvenes. No habrá proyector para mostrarme otras decisiones, tampoco habrá un inquisidor sobre mi vida para criticar mis malas decisiones o realidades cuánticas guardadas en la nube del supremo que me permitan revivir pedazos específicos para repetir esto o aquello.

Supongo que negar los presentes alternos es el desarrollo de un optimismo disimulado y sano: ahora sólo pienso en el futuro, un futuro velado, que es como un boleto en blanco para mil posibilidades. Quizás. También quiero ser un poco optimista. Abandonar esta evasión fantástica donde uno usa de material su propia vida (Gutierritos o el cuaderno vacío), me gustaría creer, significa algo.

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Una de mis pequeñas promesas para el futuro: tender la mano a quien lo necesita. Quizás alguien me lo pida, quizás esté lo suficientemente alerta para notar que alguien esté en problemas. Tampoco quiero arreglar mundos, o intervenir en lo imposible, pero quiero hacer pequeñeces por los otros, desde señalar un camino distinto, abrir una posibilidad de aprendizaje (si es que tengo el conocimiento para hacerlo) u ofrecer una palabra de aliento. Supongo que quiero enseñar y dar consuelo. Aún si he dejado de pensar en las variantes del presente y me he convencido de que el futuro es único, y depende de un desarrollo fijo, hay esperanza en las pequeñas bondades, en ser lo que otros llaman: “una buena persona”. No es que antes, como dije por ahí, fuera un bastardito o un hijo de perra. Pero siempre me he mantenido a raya porque es muy enfadoso hacer cosas por los otros, de verdad lo es, o eso pensaba, eso me gustaría cambiarlo. Qué es esto, ¿acaso estoy soñando con una variante mía? ¿La posibilidad de abandonar la banca para darle agua a los jugadores? ¿Recitarles poemitas de ánimo o cantarles el himno de la nación? Digamos que en esta época de mi vida prefiero luchar contra el cinismo al que estaba acostumbrado porque creo en el poder de abrir puertas a través de las buenas acciones. Intuyo que es parte de mi aprendizaje después de andar en el bosque negro, ese largo año y medio que estuve enfermo. A saber. Quizás no haga nada. Quizás sólo me dedique a escuchar música y leer a Shakespeare, y a Cervantes, y algún otro escritor que me dé consuelo.