L dijo que ya estuvo. Me quedé pensando en ello. No mucho, pero sí he pensado en ello. ¿Estoy dispuesto a matar al mandril? Desde el principio me dijo que no me quedara ahí, que no transformara mi vida en esto. (recuerdo su historia). Me he convencido de que ciclarse es parte del proceso y quizás eso es un error. Su historia no es la misma que la mía pero tienen puntos similares, divergencias muy importantes. Luego me dan ganas de medirme el pito, el cerebro, la fortaleza. Salgo perdiendo desde el instante de querer medirlo. Me visualizo y, por dentro, en este momento particular, sí soy una especie de primate, uno muy enojado, uno que se ríe y exhibe el culo enrojecido por ninguna razón en particular que el enojo. Pero el enojo no sólo es la enfermedad, es la acumulación y qué flojera la acumulación, qué pesado ponerme todos estos sacos sobre los hombros.

No quiero que nadie me tenga lástima, sólo quiero rugir en paz. Es hora de ir al mar a tirar todo lo inservible.

A me dijo que estaba permitido romper todo. (¿Quiero romper cosas?, quizás) Mientras tanto, Sol me mira con paciencia, escucha mis dislates, confía en que la neurosis disminuirá algún día y Nico sigue durmiendo encima de mí, como si algo supiera, como si fuera su deber. Un año la mantuve aparte. No dejaba que se acostara sobre mi cuerpo por precaución. Ahora lo hace como si recuperara un territorio, el suyo, único e indivisible, un país que jamás volverá a estar enfermo y donde ella soñará sus últimos sueños.

El amor del animal que te mira y percibe las hormonas (sabe que de ello depende su supervivencia, manipulan elementos primarios. ¿Escoges amar al animal o es inexorable?). Una ilusión que está muy bien, y que funciona porque la ficción nos permite sentirnos cómodos en el mundo, una codependencia casi buena.

Sé que no puedo dejar ganar al mandril interior. No debería pero la tentación es grande. Es difícil ignorar que estoy enojado (algo debo hacer, algo debo hacer). Quisiera mantenerlo a raya, quitarle el poder que tiene sobre mí, quizás entrenarlo para que haga otros trucos de circo pero que deje de despotricar. Por eso supuse que recurrir al viejo método de escribir en el blog entradas que sean íntimas, que no estén planeadas y picando a animales totémicos de esos que estoy desarrollando desde hace sabe cuántos años serviría de algo. Mirar algo de paz y entrenar al mandril, por ejemplo.

Hoy releí algunas entradas que escribí en el 2012 y en la relectura, vislumbré en este poder espontáneo de expresar lo que uno pasa, sin intermediarios pero sin tantos mirones, una posible cura para saberse mejor de lo que uno cree, superar enojos, verse tortuga en vez de primate.

Tengo planes, escribiré de ellos para no olvidarlos. Cuando me permito desarrollar cosas útiles y no animalísticas, me he empujado a hacer planes, inventar calendarios de posibles ficciones. He empezado a anotar algunos nombres de mis historias pendientes así como posibles fechas de progreso y destinos. Quiero corregir las múltiples vidas de Mateo, terminar mi novela breve de las cabezas cuadradas, terminar un libro de cuentos sobre unos animales dormidos, acabar con la traducción del primer libro de Andrew Lang que empezamos en 3 demonios ya hace más de un año y he imaginado otro capricho interactivo: una novela/videojuego en twine sobre salvar a un perro. Es una lista larga de proyectos literarios que tengo en una esquina y cada uno de ellos me mira con ojos guapos y dicen ven, por favor, ya es hora; esperamos tu voz. No te hagas pato, o chango, ya chíngale mijo porque nos toca.

Quiero escribir una novelita al año como Terry Pratchett.

Me gustaría aprender francés. Algún día me gustaría leer a Proust así (lo leí por primera vez en el 2012, hace menos de siete años), aunque todavía lo veo imposible, lejano. Es un proyecto de mucho tiempo, es un tirano mítico que requiere un compromiso enorme pero me gustaría ver a los ojos de los dioses del tiempo, aquellos que cierran la novela.

Viajaré más seguido. Con cierta ilusión he agregado viajes a mi lista de deseos, mi calendario personal del optimista terrible, y creo que la mayoría serán posibles. Quiero ver a mucha gente, quiero abrazar a ciertos personajes que no enlistaré pero algún día querré mirar a los ojos. Creo que también es necesaria cierta soledad y una chispa aventurera para reencontrarse como un adulto plenamente funcional, el tipo que resuelve cosas, no el tipo al que están cuidando.

He adquirido algunas habilidades molestas; me he descubierto compasivo con el dolor de la gente. A veces, creo, hasta empático. No es que antes no lo fuera, sino que estaba muy ensimismado. Estuve muchos años en una canasta. Un día escuché demasiadas historias, es imposible que no se te pegue algo, una pulga que chinga y jode con que seas mejor hombre. Pero también quiero practicar ser más generoso y más amable para no perderlo.

Lo único bueno que ha dejado el mandril son largas conversaciones con gente que también está enojada, y eso me ha obligado a sentirme parte de algo, a darme cuenta que también debo participar con el consuelo y las orejas. Aunque tampoco soy la madre Juana. Sólo quiero despertar esos animales dormidos que estuvieron aletargados por algunos incidentes mensos en mi vida y ser de utilidad, de ayuda. También quiero expresar mi cariño, amor y deseo sin reservas, gozar de los encuentros y las tertulias sencillas. He decidido tomarme una foto cada que me reencuentro con mis amigos queridos (y sus queridos). Pequeño objetivo: no quiero que mi vida sólo se trate de mí, pero también de ellos. En eso me gusta pensar cuando no estoy rumiando como animal enfurecido y me lo repito, y me lo repito.

¿Qué estás esperando?