Debo confesarte algo: antes de tirarme al drama del linfoma de Hodgkin, tuve un timoma. O creí tenerlo. Estaba casi convencido de ello. Tuve un dramón de una semana sobre un tipo de cáncer que no tenía nada qué ver con el bueno. Etimología del cáncer; sufijo oma: tumor. Sarcoma, melanoma, lipoma, familianoma. Timbiriche canta: si no es ahora será mañana, pinches perros. El cáncer es una enfermedad de sabores, la caja de chocolates. Las distopias más carnosas apuntan a que todos tendremos un tumor qué extirpar de nuestras vidas para ser felices.

Fui al doctor facilón, uno que tiene su propia farmacia y que me había atendido bien en dos o tres ocasiones. Claro, ponía una que otra medicina de más pero va su comisión, doc. El doctor Pompeyo. Un hombre alto y que huele bien, articulado pero distraído, tiene modelos de aviones en su escritorio y aviones y autos como fondo de pantalla de su computadora. Cualquiera diría, no es necesario el diplomado en psicología fácil, que aspira-a-vivir-bien. Sí, a Pompeyo le gusta la buena vida y le gusta la vida fácil. Le gusta volar, sabe de coches de marca, disfruta su crisis de la mediana edad y una masculinidad sencilla. Zapatos negros y boleados, colonia de buen hombre, bien afeitado, camisas de marca. Pulcro y lanudo; si no tienes opciones, como no las tengo yo, confiar en él es fácil y económico. Nomás a 30 varos la consulta.

Además, por otra parte, en mi viaje de síntomas, en un Farmacias Guadalajara casi me mataron de una alergia cuando una doctora guapachosa me recetó penicilina. Me daba tirria y miedo estar buscando opciones para lo que yo pensaba que era una gripe o la famosísima tos del corredor (no es tan famosa, ¿eh? Creo que sólo le da a los finlandeses). A Farmacias Guadalajara, le debo la información de que me volví alérgico a una de las píldoras esenciales del mundo. Ni pedo. Tiré mi moneda de Janos a la basura y me dije: “es hora de curar esta maldita gripa. Vayamos con el doctor alto, guapillo —el McFurry de Momoxpan—, ya si le saco un abrazo será ganancia”. Qué. No me critiquen. No será el más guapo, pero Pompeyo huele bien.

Viaje de síntomas. Durante dos meses creí tener una gripa especial, una de las memorables, dejando de lado lo de la tos del corredor (sí existe, gugléale ahí), incluso creí que podía ser tuberculosis o principios de una neumonía. Ora si me voy a morir como el changuito de Remi, pensaba risueño. Moco constante y dolores musculares. Sensibilidad a la luz y fatiga constante. Me faltaba la respiración y eventualmente la corrida se volvió una tarea casi imposible. No podía vivir el día completo sin una siesta de una o dos horas. Hoy caigo en cuenta lo mucho que me ayudaba correr para minimizar el impacto del cáncer, pero también lo mucho que hizo para enmascararlo. Vivía como un joven viejito, pensaba: ah, es la edad o qué, es el estrés de vivir cerca de un volcán, es mi hartazgo de millennial temprano cosecha ’81.

En esas fechas, nos vimos Georgina Buentiempo y yo. Compartimos nuestras desgracias de ocasión cuando le recordé la del samurai, o si lo prefieres, la del caballero águila: vives tu día a día, entiendes que se trata de hacer lo mejor que puedes, es decir, no das menos de lo que puedes dar, las decisiones que tomas son las mejores que puedes tomar en el momento; haces lo humanamente posible para sentirte en control de avanzar o estar cómodo donde sea que estés; y aun así, un día te cae un rayo.

Nadie tiene la culpa (aunque culpar es más sabroso), no es porque tú caminaste donde no debías o porque algún súper villano, pinche Thanos, usó las gemas infinitas específicamente para chingarte a ti. Tampoco es cosa de dios. Dios no tiene tiempo o interés de medir los voltios, la intensidad o los lúmenes de tu desgracia (descubrimiento: sospecho que si dios pone sus ojos sobre ti, sobre cualquiera, invalidaría su existencia. Quizás desapareció cuando no pudo resistir darle una respuesta a Job). Tampoco es cosa del diablo, vamos, si el diablo es pura elocuencia, hasta crees que va a subir al monte a lanzarte unos rayos cuando para joder le resulta más fácil abrir una puerta o cerrar una ventana. Samurai o caballero águila: vas a morir, memento mori, lo menos que puedes hacer es prepararte no sólo para la vida, pero también para la muerte. Visualiza tu cadáver de mil maneras, (¡ay!, se me caen las vísceras) y de menos no quedarás como un pendejo. Dignidad, chingao.

El síntoma serio lo sentí el doce de diciembre: un dolor de pecho muy específico. Me acosté a dormir y cuando traté de dormir de lado, como si tuviera una moneda entre el corazón y el pecho, la sentí moverse con trabajos, empujando cuanto órgano pudiera para acomodarse como un animalito huevón. La presión se volvió insoportable. Fascinado por esta nueva experiencia, me voltee para dormir del otro lado y como cerdito de alcancía llena, sentí la moneda moverse en un péndulo orgánico lento e insoportable. No pude más. Esa primera noche, la noche que me partió el rayo, dormí mirando al techo y por las moscas, igual que Vigo Mortensen en The Road, puse cara de angustia y agonía para que dios me pensara muerto y se fuera a visitar a otro. Not a bang but a whimper.

Corrí a contarle mis dolores a Pompeyo mientras daba clicks a su compu. Me examinó y por las dudas, al menos en dudar es muy competente, encargó una radiografía y un ecocardiograma porque escuchaba un silbidito en mi respiración. ¿Fumas?, preguntó, hace un año que no. Ya me dio el pulmonoma, pensé. Fui como niño obediente esa misma tarde a hacerme los estudios. ¿Cuánto tiempo fumaste? Eso me lo preguntaron los técnicos especialista en verle a uno los huesos, el aura azul eléctrico neón. Clásico dejo culerito de estu-culpa-porla-nico-tina-chavo, pero luego los ve uno afuera de los hospitales y los laboratorios, fumando como si esperaran la llegada o el olvido del amor de su vida. Chin. Me sentí mal. Pensé: ya se las está cobrando el camellito. Les respondí: díez años. A veces lo dejaba, a veces regresaba como si nunca lo hubiera dejado. Ah, te vas a morir, perrito. Te vas a morir.

Moraleja no tan obvia y muy fácil de olvidar: todos los doctores, incluso los enfermeros, tienen una opinión. No hagas mucho caso. Dale prioridad a tu especialista. Llegar ahí puede ser un viaje complicado pero necesario.

La interpretación de la radiografía decía: presencia tumoral en el mediastino. Vergamoma. En chinga se la llevé a Pompeyo para que me dijera donde estaba parado. El hombre, como actor de la Royal Shakespeare Company, sacó la hojita con una precisión dramática envidiable y la puso en su caja de luz. Traje mis láminas y cartulinas, muchachos, vamos a explicar los humos azules de este cabrón. Incluso mi esposa le tuvo miedo. A ver, veamos, sí, hay dos manchas aquí. Esta es muy normal porque fumaste mucho tiempo pero esta otra… Hizo una pausa, canalizó a su Shylock interno, tiró la primera piedra… Agustín, esto que tienes es un timoma. Putamadrezoma. ¿Sabes lo que es un timoma?

Doctor Google lo sabe. Un timoma es un tumor en el timo. Gracias, google. Un timoma expresa los mismos síntomas que un linfoma y cualquier otra gripa interminable: cansancio, pérdida de peso, mocos, tos, patetismo y calzones apretados.

Por eso te enfermas siempre, Agustín, empezó a decir Pompeyo. ¿Tienes seguro de gastos médicos mayores? Ay, papá, el dolor. Dijo las palabras mágicas. Me está perdiendo, doc. ¿No te agripabas mucho de chiquito, chaparro? ¿Eh? ¿Acaso Pomp, el que me dijo tenía un cáncer rarísimo, de viejillos y que sólo los especialistas saben localizar, me acaba de llamar “chaparro”? ¿Tan arruinado me veo? ¿Es Pompeyo mi salvador, el salvaguarda no sólo de mi cuerpo pero también mi alma? ¿Qué sigue? Bueno, hay que operar, Pompeyo nos dio una larga lista de opciones y probables presupuestos. Ya cuando nos vio muy jodidos, nos explicó de una beneficencia que podía entrar al quite.

Doctor Google concordaba: operación a pecho abierto. El corazón expuesto, pinche Corín. Te sacan esa madre y a lo mejor quimio, o radio, pero todo bien. Porcentajes favorables porque todo el cáncer se trata de porcentajes hasta que algo vale madre. El timo nadie lo usa ya, es como un apéndice tímido, y puede que un día se aburra y empieza a chingar (ojo: por instrucción de los genes. Los genes son ley). Parecía que todo había caído en su lugar. Había explicación para todas mis gripas, de aquí hasta mis vidas pasadas, cuando fui la condesa de Yorkshire en 1871. Pompeyo nos dio teléfonos para empezar a movernos. No lo vayas a dejar, dijo, su último mantra antes de despedirse de nosotros.

Moraleja no tan obvia y que uno entenderá sólo en enfermedades tan culeras como esta, pero la dejo por aquí por si le sirve a alguno: un médico, especialmente cuando no es especialista, que da un diagnóstico tan rápido y fácil como este, es un irresponsable. Si se encuentra con uno, tranquilamente dele las gracias y búsquese otro por salud mental y emocional. En serio.

Mi esposa y yo calladísimos en el auto. Asustados, sí, pero el ratoncito empezó a trabajar: cómo puedo solucionar esto sin arruinar la vida sentimental, humorística y económica de otros. Cómo puedo solucionar esto con las menos cicatrices y dolor posibles. No lo vayas a dejar. Uno pensaría que esas palabras salen sobrando, pero no. Te cae el rayo e inmediatamente después, si no acabaste como piolín achicharrado (bendiciones), puedes hundir tus manos en la tierra y mejor te arrastras, porque si has leído Muy Interesante o Ripley, sabrás que el rayo sí puede caer dos veces en el mismo lugar o puedes arrodillarte y rezar, pero si lo Despiertas, te chingas porque quién sabe con qué humor andará el culerito repartidor de rayos. Sin embargo, creo que son las mejores palabras que cualquier médico, sin importar estudios u orígenes, especialidades biológicas u ocultas, puede darte: “No lo vayas a dejar”. Es un recordatorio de la búsqueda, de no abandonarse a los designios de un dios inventado e indiferente. Afortunadamente no me satisfacían las respuestas y las soluciones. Es que no tengo remedio, también estoy enfermo de vida.