Madre: unos hermanos, alquimistas y brillantes, aprenden los símbolos, los rituales y las fórmulas para transmutar los objetos: piedra a metal, agua en aire, etcétera, etcétera. Viven con su madre y fueron abandonados por su padre, otro alquimista brillante y ambicioso, Hohenheim de la Luz, (pienso en los hijos que no tengo, o que no he tenido en esta versión de la simulación, y luego veo mi vida en un mundo así, fantástico y cruel; me vería obligado a abandonarlos). En fin, su madre muere, pero ellos no pueden aceptarlo. Los hermanos estudian madrugadas hasta que encuentran en los libros la fórmula para transmutar un cuerpo humano. Las advertencias sobran, pero ellos son jóvenes y están rotos. Lo único que falta son 21 gramos de alma dice el hermano mayor, quien insiste y empuja a su hermano pequeño para hacer lo prohibido y yo añadiría que les falta un poco de malicia porque la maldad es también el miedo y el respeto. La ingenuidad es el camino de muchas ruinas. Cuando los niños intentan el ritual de transmutación sobre el cadáver de su madre, despiertan una masa de carne aberrante, un homúnculo, y no sólo eso, las leyes del mundo exigen un pago por el pecado que acaban de cometer: uno de ellos pierde un brazo y el otro pierde el cuerpo entero y para que su alma no se pierda, debe vivir ligado a una armadura por el resto de sus días. Convirtieron a su madre en un tumor y extirparlo, darle vida a esa cosa, empujó a los hermanos a buscar la verdad, la última verdad como ellos la llaman.

Deleuze: el mamón de Deleuze hace referencia al desagradable de Artaud cuando habla de los cuerpos sin órganos. También habla de Hitler, de una carta que escribe Artaud a Hitler (muy señor mío, dice Artaud y dice algún patriota súbito y elocuente cuando escribe a nuestro imperatur máximus del chile y del nopal) y es inevitable pensar en los cientos de cuerpos hambrientos que caminan de mano a mano hacia los hornos. Sólo falta el intelectual que asocie el teatro grotesco de Artaud con el Holocausto. Fake news o entertainment. Son los tumores, dice Deleuze sobre los CsO (no bromeo, ¡lo reduce!), y luego por alguna conexión extraordinaria habla del peyote y de don Juan. Así hay gente que lo toma en serio, que se traga esa masa de carne, lo asimila y voluntariamente cambia los modos de interpretar su vida a un lenguaje desconectado de todas las posibilidades y la belleza del mundo.

Bowie: Ashes to Ashes es la ruptura del cuento de hadas. Space Odyssey es la romantificación del junkie como astronauta, navegante del cosmos que hace un último viaje y deposita su tristeza y su esperanza sobre quienes lo ven partir (¿estás ahí, Control?). Pero la tentación del oyente es pensar en la odisea, los marinos en el mar negro del espacio rompiendo con su viaje la forma de las estrellas; Tom es Ulises que empieza un azaroso viaje y sugiere que está a punto de iniciar su propia ópera espacial. La imagen es tan poderosa (el astronauta desolado abandonado por la humanidad, escupido por la Tierra y perdido por su misma arrogancia de explorador y viajero) que supera a Bowie para distribuirse como un rumor, un personaje viviente que aparece en otras canciones (The Rocket Man de Elton John, por ejemplo). Naturalmente, el mismo Bowie destruye al semidiós que ha creado. Ashes to Ashes. Polvo al polvo, cristiandad contra la literatura clásica. Guiño, guiño. ¿Has escuchado de Mayor Tom?

Linfoma: después de eliminar el problema en tu cuerpo, según los pronósticos, te espera una vida larga e insoportablemente feliz.

Tiempo: nosotros somos el cáncer del tiempo. Células vagas que se malportan y erran su programación cuando tratan de descubrir los secretos del universo, de las verdades cuánticas y los universos paralelos, pero el tiempo es un dios milenario, no importa si algunos sitios de ciencia poco serios dicen que ya podemos doblegarlo y hacerlo marchar al revés, poco le importa al dios tiempo lo que pase con su cuerpo cuando es eterno. A esas alturas, en esos niveles, no existen médicos, pero sólo una espera, la transmutación inevitable a otra cosa, la vagancia eterna sobre el cosmos para ver lo que pasa en ese planeta. Para el dios del tiempo, un segundo humano es inexistente y una vida humana ni siquiera llega a segundo. Artaud imaginaba pilares monstruosos para su teatro, pero, ¿siquiera alguna vez pudo concebir que era un fragmento de polvo navegando sobre los ojos de un dios eterno?

Publicado originalmente en LJA.