Un día de noticias puede romper el corazón de cualquiera. Cuántos narcos, violadores, pederastas y políticos corruptos, y si no corruptos, cínicos, y si no cínicos, prisioneros de su propia realidad, el quijotismo de sus modos políticos y burocráticos. A veces tenemos la suerte de que un sólo personaje encarna toda suerte de virtudes demoníacas: político pederasta vendepatrias cínico y narco ídolo pop. Mañana veremos a Duarte como juez de La Voz.

Podemos respirar de alivio. Un sólo monstruo para todos los monstruos. Pero, desde que México ha sido secuestrado por viejos viciosos, tragones y hedonistas, barrilitos sin fondo, y la justicia es un sistema de apuestas y ambigüedades, parece que los mexicanos crecemos con un saludable sentido de duda respecto al prójimo; los otros nos van a chingar, no sabemos cómo, pero algo transan y cuidadito con jugarle al vergas. Por qué no dudar del vecino, si todos hemos sido educados a salir de apuros con los pequeños crímenes, acciones necesarias e inexorables, para que, por ejemplo, nos atiendan más rápido los de la comisión o bien, para retrasar el pago de una tenencia.

Los mexicanos inocentes son un mito.

Pero dudar de los otros, e imaginarlos como villanos en potencia, es necesario para mantener este sistema estable y vivo. El político cuando pregunta “¿Qué hubieran hecho ustedes?” es una revelación de cuán atrapados estamos en nuestro propio juego de balanzas, de justicias hipotéticas y morales, además de una demostración del soberano y su control. El mexicano ideal no existe y distribuye su existencia: taxista, contador, ama de casa, militar, vigilante, narco, burócrata. El método: hazlos pensar a todos que hubieran hecho lo mismo. Igual que sucede en la ficción, imaginarnos en el lugar de un falso héroe hundido en el fango hace fácil la justificación de todos los horrores, la indiferencia, la sangre.

Entonces el pequeño ejercicio diario es suponer que los otros también existen (hágame usted favor) y, a pesar de la duda inherente del mexicano por el mexicano, los extraños no tienen razones para joderlo a uno; de cien habitantes de Cojime, 0.1 es un político y 0.2 es un narco. Los 99.7 mexicanos restantes son seres humanos que procuran hacerse, de algún modo, una vida común y, como dicen ciertos comerciales, digna. Al menos eso. Claro, mis números no tienen sustento y son a ojo de buen cubero, pero apenas estoy aprendiendo a ser más generoso con los números de la bondad. 99.7 mexicanos no quieren apostarle más, extienden la mano y ponen de su parte para suavizar los golpes.

Últimamente me gusta imaginar que por cada criminal, hay un policía honesto y un juez cansado de los mecanismos. Me gusta pensar que algunos, sin importar su nombre o el peso, pagan el peaje que les corresponde. Me gusta pensar en los burócratas que no aceptan un peso más porque alguien les invitó una torta, les prestó un peso para el camión, les mostró el espejo donde se da cuenta que todos estamos en el mismo barco. Me gusta pensar que por cada sicario y verdugo, hay una madre incansable que ayuda a buscar en cientos de cadáveres a los hijos de otros padres preocupados, rotos de tiempo y angustia. Me gusta pensar en la gente que regala café mientras esperas dos vidas en los hospitales y obligo una pregunta: hasta dónde llegarán todos esos pequeños gestos de bondad, y cuántas vidas salvan y cuánta esperanza regresan a los perros viejos y cansados. Quizás un sólo día recuperen la inocencia, quizás un sólo día baste para mejorar la vida de todos.

Por molestar, pero también por un optimismo velado, me gusta detener a mis amigos, y algunos extraños, para decirles “espero lo mejor de ti”. Lo malo de estas palabras son lo fácil que se confunden con los discursos anquilosados de comerciales masivos, producidos por el departamento de comunicación social como un intercambio de favores o una lanita para los impuestos. Pero hay que rescatar esas palabras bondadosa, no dejárselas a los mexicanos imaginados por algún creativo aburrido. Pequeñas acciones, ayudar al bienestar de un extraño, y el hartazgo de los horrores, nos rescatarán del fango. Me gusta creer, por ejemplo, que está pequeña columna regresará la inocencia a una persona en el momento del indicado. Ojalá.

Publicado originalmente en La Jornada Aguascalientes.