Por alguna extraña razón, en México, en vez de seguir de luto por Juan Gabriel, patear los restos de Nicolás Alvarado o de marchar en las calles para exigir la destitución de funcionarios mentirosos pero guapos (evité su nombre por decencia, pobre, porque su agosto ya estuvo muy triste, muy estresante, yo no podría dormir si fuera él), empezó a circular una ilustración donde se exigía a las familias na-tu-ra-les marchar por sus derechos uno de estos días. Todavía no entiendo muy bien cómo funciona, quizás porque no soy un retrógrada, o si lo soy lo escondo muy bien, y decidí ignorar el tema para conservar lo poco que me queda de tranquilidad y cordura, pero al parecer es inevitable y, como programación neurolingüística para el bienestar, hoy me descubrí musitando: la familia natural consiste en tener una papá, una mamá, un perrito (énfasis en el perrito), una niña y un niño.

Todas estas familias aspiracionales y espiritualmente sanas, fotografías de felicidad y días luminosos, como soldados de un dios, marcharán hombro con hombro para mostrarle al mundo que la realidad es intolerable y que mucho les ha costado mantener un cuadro de normalidad frente a otros cuadros normales donde cada domingo se echan los tiritos de ver quién es quién, la justa recompensa por sacrificios inimaginables, y marcharán porque ya estuvo bueno que la humanidad haga trampa. Sinceramente no sé cuándo marcharán, espero no encontrármelos, porque en una de esas algún dios olvidado se levanta de las sombras y decide jugar cubilete con los hipócritas y no quiero salir perdiendo en una confusión.

De cualquier modo, me parece encantadora la gente que trata de proteger este concepto de familia a como dé lugar, como si no existiera el Internet y la televisión, como si todos los días no huyéramos de los horrores del mundo leyendo historias de cómo la humanidad sólo puede sostenerse a sí misma cuando escoge ser piadosa, y cada persona, en su camino particular, no sólo se descubre a sí misma sino que encuentra dónde pertenece, sí, un lugar que siempre lo estuvo esperando para ser habitado y ese lugar tiene otros habitantes, y muchos conocidos, algunos amigos, pero a veces hermanos, padres, tíos y esposos. Si un día Juan se despierta y después de muchos rodeos, después de tantos años de evitar las piedras y las miradas y las risas de las familias engañosas, acepta que gusta de lamer la mostaza de los bigotes de Pedro, pues gracias a dios ha dejado de engañarse y una vez que ha superado esa barrera, el nivel extra difícil, algún día, si ello está en su futuro, formará una familia con, digamos, Jesús.

Probablemente Juan y Jesús querrán tener hijos, quizás para regresar la bondad y los pequeños milagros que han recibido en una vida, quizás para rescatar un poco de humanidad y tolerancia y extenderla como una cadena, una salvación para otro vagabundo en el futuro; puede que adopten a una muchacha transgénero llamada Judas o tal vez, un día toque a su puerta una estrella porno, Magdalena, perdida y famélica, recién escapada de las guerras de crueles esclavistas, y la adopten como a una hermana. Quizás Jesús sea científico y decida, en el laboratorio de su propia casa, fabricarse a sus propios hijos, quizás Juan quiera rescatar perritos y después de quince años, tendrán veinte. Tal vez nunca tendrán hijos y decidirán explorar el mundo, y en las cavernas, en las profundidades de una ruina chatina, despertarán al dios tlacuache, quien después de cuarenta días y cuarenta noches, unidos al hilo de pláticas y negociaciones, de corretear al diablo y picarle la cola, no sólo será su padre, sino también se convertirá en su hijo, su abuelo, su hermano, su primo.

Entonces el dios tlacuache, como en el libro de Mitos de Elisa Ramírez, encenderá un fuego para sus hijos: Juan, Jesús, Magdalena, Judas, dos robots, trece perritos y quién sabe cuántos gatos porque algunos ya se fueron, y también para un dios impuro, para nuestra prima Sasha Grey y también para cuantos más pertenezcan a esa familia que necesitaba un lugar para iniciar el descubrimiento de su vida y resolver sus íntimos misterios. El tlacuache encenderá un fuego y hará una fiesta, y habrá luz y una conversación que durará toda la noche, y se repartirán el mezcal y los cigarros, para incendiar el espíritu y los pulmones, y el tlacuache (uno de nuestros animales guardianes, no se hagan que no han susurrado su nombre) pasará sus enseñanzas: de ahora en adelante siempre fuego, mezcal y cigarros para la fiesta y los hermanos, y todos los hijos y todos los amantes, todo para todos los humanos, robots y animales que nos han hecho más humanos; pero nada para los golems porque esos, no me dejarán mentir, de verdad no tienen alma.

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Recontando: tradición oral