Desde aquellos sustos que me dio mi cuerpo, no sólo salgo a caminar para estabilizar mi salud mental sino también para huir de la muerte. Largas tardes a un lado de mi perro que todo lo huele y luego largas noches para decidir el camino de regreso a casa. Huyo de la enfermedad, de la hipófisis (quería decir hipocondria pero el diminuto señor del autocorrector sugirió esto y me dio gracia), de las estadísticas, de las alergias, de los futuros ataques imaginados, del pasado y los numerosos abandonos. Quizás, por eso mismo, he descubierto una gran alegría en comprar tenis nuevos y descartar los viejos. Acabo de tirar unos, varios, muchos y traté de crear un viejo ritual: hacer la cuenta de todos los pasos que dejaba atrás, en el basurero, en el pasado y en la noche. No tuve paciencia. Cerrar la puerta no debería llevar tanto tiempo.