Por fin, después de muchos años, estoy releyendo a Kafka y no me duermo durante el proceso (es mejor deshacerse del chiste, de una vez / o quizás no pero ya lo hice y me arrepentiré mañana). Supongo, por la magia de hacerme viejo, ahora encuentro más interesante algunos trucos y algunas sugerencias que Kafka desperdiga por ahí como-quien-no-quiere-la-cosa. La metamorfosis me dejó un sabor rarísimo en la boca, pues terminé pensando que eso podría leerlo un niño para revelar un poco de las horribles preocupaciones adultas pero, siendo sinceros, cuando traté de leerlo a mis diez años, abandonaba la tarea tantas veces lo intentaba. Gregorio Samsa es un engaño, es un bichito tenaz y asqueroso, igual que su hermana.

Lo cual me sugiere que Kafka escribe para la puerilidad de muchachitos como yo.

También llevo un rato leyendo El proceso y no puedo quitarme la película de Harold Pinter, donde actúa Kyle MacLachlan, de la cabeza (igual como intenté leer a Kafka, la vi siendo un niño, supongo). Apenas recuerdo la película, pero puedo ver a Kyle MacLachlan interpretando las emociones de Joseph K. pero, a su vez, esto no es tan sencillo porque a Joseph K. me lo imagino de otro modo. Es como si dos actores interpretaran un mismo papel y cuando no puedo con una cosa, juego con el otro y vivo feliz abusando de mi curioso ‘jercicio de ‘maginación. (El problema de Kyle-Joseph es que es demasiado guapo y es difícil imaginar la mezquindad del hombre común, del escapado de barrio que intenta subir los peldaños para abandonar su calidad de piltrafa).

Quisiera decir más de “El proceso”, quizás rumiar un comentario inteligente, normalón, pero mejor lo guardo para otra ocasión. Tengo la impresión de que El proceso se está haciendo viejo pero todavía debo masticar la idea (como mastico muchas otras). Al final, quizás, lo que más llama mi atención de mi propio proceso de lectura es cómo, cada vez que termino uno de los capítulos, quiero correr a releer a Michael Ende.