Anoche le confesé a mi esposa mi antojo por un cupcake y ella, pensando en mí, decidió preparar un pequeño pastelito de chocolate. Jamás había probado algo tan decepcionante, tan imposible de ser lo que prometía; se veía delicioso, la consistencia funcionaba, sin embargo la masa estaba demasiado salada y el dulce del chocolate se perdía en la tristeza de algún espíritu rencoroso. Mi esposa y yo nos miramos después que di la primera mordida. Me preguntó si estaba bueno el experimento y no pude mentirle; cada uno se comió la mitad.