Creo que ya es chisme viejo la actuación de Miley Cyrus en el VMA. Desconozco si ocurrió primero el videoclip de “We Can’t Stop” o su actuación escandalosa que le valió la dura, y graciosamente mocha, crítica gringa. En un momento de descuido, navegando por YouTube, miré el videoclip y quizás es por el libro de sociología que estoy leyendo, me di un momento de respiro para verlo pausadamente, sin distracciones.

(Sprott no se ayuda, mano).

Una de las joyas del internet me parece que lo vi en buzzfeed, se dedica a hacer una comparación rápida entre Britney Spears y Miley Cyrus. La sensación que me dejó el comparativo fue extraña.

A Miley Cyrus la denostaban por ser una puta escandalosa, mientras que a Britney Spears le celebraban que se convirtiera en una puta elegante (white trash, sí, pero en el VMA intentó disminuirlo y perdón, eso parece que dice el buzzfeed: son putas de nuestro agrado o desagrado). Es decir, trataban el VMA como una transición: de ser las morritas Disney, las niñas sobresexualizadas que danzan como rutina, peligrosamente, entre lo sexual y lo prohibido; se convirtieron en adultas y parece que salir en los VMA es la manera de avisarle al mundo que ya son, apenas, legales y permisibles. Deseables sin culpas.

Termina el artículo imprecando a Miley Cyrus: “No trates de ser la reina, sólo serás una falla, una decepción”. ¿Será?

¿Le importaba ser la reina? ¿La reina de quién? (Britney Spears estuvo tantos años atada a tratar de ser la reina de unos rostros oscuros, grises (entre esos rostros los de su familia), que… bueno, parece enloqueció con todo y sus millones, sus mansiones).

Debe ser un mundo duro.

Y quizás por eso me agradó el video de Miley Cyrus, porque se burla de mí que trata de asirla y explicarla; se burla de los gordos sudorosos que soban sus sexos en las oficinas mientras esperan la hora de salida; se burla de la aparente frigidez americana y sureña; se burla de las morritas Disney que tan pronto cumplen los 18, salen corriendo a cualquier evento, photoshoot, película de desnudos, para avisar que ya son cogibles, apetecibles y sabanables. Destroza a los pedófilos, a los apenas adultos (niños guapos) que en vez de coger, se duermen y se chupan los dedos. A la vez, tiene algo de grotesco, de incómodo, verla que sabe: “aún soy una niña, mis juegos son más adultos pero siguen siendo juegos. ¿Quién me va a detener?”.

Quizás el mensaje es que no hay mensaje. Dejará pensando a los bobos, mientras acaricia el seno de su amiga y saca la lengua.