Hoy, acabo de descubrir que los pequeños adaptadores que me costaron 500 pesos para que el iPad pueda cargar las fotografías de una cámara o una tarjeta SD, también me permiten conectar un teclado y escribir en él. Todo este tiempo y sin saberlo, pude empezar a escribir mi primera novela de 7000 páginas en uno de mis tantos dispositivos.

Todos los dispositivos que se me han pegado en el camino busco que puedan hacer dos cosas: Escribir y leer. No importa como. No sólo mis notas están desperdigadas en papeles por todas mis casas, mis trabajos, mi pasado… también están desperdigadas en todos los dispositivos existentes. Con el iPad tengo la fortuna, además, de garabatear cuando se me da la gana.

Ningún libro de notas respetable, pienso, está exento de los garabatos.

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Anoche, mientras corregía uno de mis libros de cuentos, hice una mueca y me dije: “esto no es divertido”. Casi estuve a punto de levantarme, golpear dramáticamente la mesa y exclamar: “Si no es divertido, ¡no lo haré! ¡Jamás!”. Lamentablemente, una de las cosas hórridas (insisto, es un adjetivo que no se usa lo suficiente) que he aprendido con los años es que lo no-divertido es necesario, como las correcciones de los textos que se escribieron en un momento de euforia, o durante las madrugadas, o en momentos de exagerado sentimentalismo. Del más barato y oloroso que existe, ese que atrae a las moscas más ruidosas y espeluznantes que jamás hayas visto.

No se vale decir que no. Hay que hacerlo. Afortunadamente existen métodos para mejorar las tareas aburridas.

  • Poner una lista musical que te levante el ánimo.
  • Beber la cuarta taza de café (esa que no te dejará dormir y después hará que te convulsiones en la cama por la taquicardia de la cafeína y la nicotina).
  • Masturbarse.
  • Abrir una película pornográfica en el otro monitor mientras trabajas.
  • Reproducir una grabación de ruido blanco para rogar que su sonido hipnótico estimule tu cerebro.
  • Distraerse con los besos de la esposa.
  • Hacer una larga pausa para crear un mosaico con fotografías de mujeres poco vestidas.
  • Asomarse a ver el Popocatépetl y olvidarse del texto un rato.

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De un tiempo para acá, tengo ganas de hacer una historia de ficción interactiva. Incluso tengo una instalación preparada de WordPress para empezarla cuando se me antoje. El problema es que los antojos sobran pero los proyectos no. Aparte de los pequeños y urgentes trabajos, me encuentro en el infierno de la corrección. Tengo, al menos, tres correcciones más en el calendario de aquí al fin de año. Me encuentro escribiendo una novela corta que no resultó tan fácil como pensaba (ojo: nunca es tan fácil como se piensa). Si no es la novela, el tiempo libre se me va tomando notas para un libro de cuentos que me gustaría explorar, a ver a dónde me lleva.

Últimamente acomodo ese verbo donde se pueda: Explorar. Quizás son las circunstancias de la vida pero, a estas alturas, me gusta más tomar el tiempo para explorar los diablos que ya conozco que descubrir unos nuevos. No desprecio el descubrimiento, para nada, viene con la exploración… pero mi método se enfoca en detenerme a mirar lo ya recorrido, apreciar lentamente el cuarto en el que estoy, contar las grietas, los nidos de las hormigas, los cigarrillos consumidos por los otros, lo que sus manos tocaron brevemente. Abrir caminos está bien pero disfruto explorar los que estoy recorriendo bien despacio.

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Prometo no corregir esta nota.