Uno se acostumbra a sus pequeña comodidades, como la computadora que lleva arrastrando consigo desde hace cinco años. Tengo dos semanas usando una computadora que no es la mía porque la de batalla, al parecer, sospecho e intuyo, tragó demasiada ceniza del Popo y un ventilador dejó de funcionar. Así que apagué la computadora, quince días desde que pidieron la pieza y seguimos esperando. Mientras tanto, estoy con una pequeña macbook que tengo para algunas cuestiones del trabajo y que, la mayor parte del tiempo, la uso como centro de medios conectándola al televisor.

Es pequeña, es blanca, es bonita pero no es mi computadora. Como no lo es, no hago el mínimo esfuerzo por escribir, trabajar las historias pendientes o iniciar algún cuento. Ayer, por necedad escribí mi columna y de milagro la terminé. No le iba a decir al señor editor: Oiga, es que no estoy en mi computadora y quiero llorar. ¿Qué clase de hombre haría eso? ¿Qué clase de macho envalentonado, montado en su corcel, se atrevería a decir que como no tiene compucita no puede escribir bu-bu?

Sí, esas pequeñas comodidades. Un amigo y mi mujer me comentaron: ¿Si tienes tanto que escribir porque no lo haces a papel y lápiz? Antes lo hacía, antes tenía la paciencia de escribir diez, veinte, treinta páginas, sentarme durante horas. Compraba un cuaderno nuevo para cada proyecto que se me ocurriera, y me dedicaba a escribir, a tachar, a garabatear los personajes, sus perfiles, los escenarios. Hay cuadernos forrados, hay cuadernos vacíos, hay cuadernos sin usar. Tengo plumas y lápices a granel, pero ya no tengo la paciencia. Me duele la mano si escribo a mano.

Eso tiene una explicación muy sencilla, superficial y programada. Cuando era niño escribía horrible. Decían que no escribía, que dibujaba arañas. A mí me daba lo mismo. Para mí, la caligrafía ensayada durante esos años era funcional, rápida y comprensible. Entonces una profesora, llamada Elda… por supuesto, tenía que ser una profesora llamada Elda, durante una semana me sentó todos los días a practicar mis letritas. Haz bien tus bolitas, haz bien tus palitos, no te salgas del renglón, todo en su lugar, éjele que monito ¿no cree? No me dejaba salir a recreo si mis planas no estaban bonitas, perfectas, intelegibles. Nunca fui un niño rebelde (eso me dio en la adolescencia), así que obedecí.

A la fecha me detengo para ver si la letra es bonita. He tratado de decirme, a últimas fechas, ¿qué importa que tu letra esté bonita? ¿Pues quién chingados la va a leer? ¿Qué clase de escritor respetado revisa su caligrafía? Explorando, buscando, topándose con un puñado de papeles, de borradores, uno descubre como los escritores poblan las páginas de letras, de tachones, de rayones, de letras vivas que desafían los renglones o conforman un paisaje en hojas blancas. El escritor de computadora se enfrenta, se compara (y pierde en el contraste estético) contra las cursivas, la caligrafía rápida, el testimonio de los pensamientos fugaces y violentos que, a los días, a los años, encontraron rayas de reflexión, anotaciones sobrias de lo asonante, lo cacofónico, lo malo.

Aprovechando que la computadora está en reposo y mi pequeño capricho de no escribir (aunque hoy decidí romperlo), trabajo los ratos libres en adornar este blog y sus múltiples años, sus múltiples etapas y sus más de mil anotaciones. Reorganizo, ilustro, pulo poquito (casi nada) y anoto cosas que quisiera hacer, como cambiar el nombre del autor en ciertas entradas para separar las edades de uno, hacer un índice visual de las historias y de los cuentos, anotar líneas y separar líneas valiosas que, algún día, me sirvan para escribir otros cuentos. Quizás use las fotos que me faltaron para escribir más fotocuentos, quizás continúe con el ejercicio de los otros o quizás admita que lo mío, es narrar una vida de pequeñas comodidades, en lo que ocurre un accidente, o que me entregue a un vicio. Quizás el árbol 2:17 y yo estamos condenados a una vida donde nos mordemos la cola el uno al otro, y hasta que se muera alguno.