Me imagino que todos los días, en cualquier lugar, habrá un chamaco leyendo Rayuela de Julio Cortázar. Pensaba decir pendejo, como dicen los argentinos a los jóvenes, pero aquí el pendejo funciona diferente. Además… mi reciente cambio de dígito del 2 al 3, me da una completa autoridad de adulto. Es decir que para algunas personas ya pertenezco a la sección de los pertinaces, los obtusos, los escépticos, los incorregibles. Soy lo que soy y ya no hay más. Bueno, permítanme corregirme una vez. Créanme que lo pronuncio con dulzura y melancolía: En este momento, en algún lugar, algún pendejo lee Rayuela de Julio Cortázar.

Hablemos de un pendejo que conozco con más familiaridad: Yo. Recientemente jugué a la Rayuela. Esta sería la cuarta vez que leo el libro. La primera vez lo leí a los quince o dieciséis años. Recuerdo que me hizo berrear como un becerro. Vivía los camiones de ida y vuelta, casa-preparatoria y preparatoria-casa, angustiado por el destino del pobre Horacio, y de la pobre Maga, de la Pola, del Traveler y de Talita. Me colmaba esa ansiedad de que los personajes dicen todo lo demás (excepto el punto), juegan con las palabras, analizan minuciosamente las cosas pero no eran capaces de decirse “lo importante”. ¿Por qué no se dicen las cosas en vez de hundirse en el barullo?, me preguntaba angustiado, como si fueran mis amigos, como si fuera un hijo de un hogar violento y que todavía tiene esperanzas en las soluciones. Es una novela muy efectiva para emular el caos del pensamiento.

Rayuela aunque ya está diluido a comparación de otros libros (y el aspecto lúdico de los capítulos lo hace más dinámico), se aleja cada vez más del consumo a lo breve (La promesa maligna de los tiempos que se avecinan y nos acechan). Incluso sus capítulos más cortos están llenos de sustancia y modifican enormemente el mundo en el que se manejan.

Supongo que todos ya sabemos la respuesta a lo que no entendió ese chamaco: Sin conflicto no existe el libro. Rayuela es muchas cosas y entre ellas, es el conflicto de la búsqueda y como todos ofrecen su pedazo de verdad. Horacio está buscando algo. No es tan importante qué. La novela da tantas vueltas que puedes pensar que es el amor o la verdad universal. Capítulos sobran para confundirte. Hice otras dos lecturas y las hice sin sorpresas, sin la angustia, sabiendo todo lo que iba a pasar y a todo lo que íbamos a llegar. Esas dos lecturas me alejaron más del libro, es decir, de la emoción de leerlo como un lector primerizo. La promesa de identificarse.

Este año cuando lo miré en el librero, pensé si debía intentarlo una vez más. O dejarlo quietecito en su lugar. Contentarme con lo aprendido, con la explosión cerebral de los dieciséis años y el desencanto de los veinte y los veintitrés. Luego pensé en que nada obsesiona más como el alejamiento o el desamor. Ese momento donde te encuentras con el amante que dejaste ver durante muchos años y cuando te lo encuentras, y aunque engañosamente se presenta con el disfraz del pasado, te decepciona mientras se desarrolla el peso del presente. Los años que transformaron al otro y lo convirtieron en, pues, en alguien tan ordinario como tú.

Así que jugué una vez más. Según bajo mis propios términos. La sugerencia hipnótica de Cortázar a través de Morelli de leer los capítulos al azar. Introduje la lista de capítulos en una página de internet y me los regresó en desorden. Imprimí una hoja con esto e inicié el ritual de la lectura. Durante la lectura anotaba observaciones en la hoja del orden apócrifo como las coincidencias, o los momentos que cambiaron de intención. La lectura resultó muy agradable. Un reencuentro como pocos. Hay cosas como el capítulo del gíglico después de Pola (y hacen parecer a Horacio más desgraciado de lo que es)… o lo que piensa Horacio de estar en París cuando el capítulo siguiente habla de Traveler, que nunca viaja y se entristece por lo mismo.

Si les da curiosidad intentar el experimento (como yo lo hice), les ofrezco el orden en que leí los capítulos: 109 14 93 11 126 59 21 95 115 27 124 97 41 121 90 25 31 54 1 98 86 46 55 12 29 53 117 114 68 101 50 130 81 82 49 4 48 5 119 123 73 75 24 43 60 64 9 105 40 65 100 6 96 88 62 56 103 71 80 35 34 79 47 78 16 44 39 74 99 45 8 69 83 66 120 129 61 118 131 127 42 76 89 104 72 107 52 23 70 87 122 63 10 110 32 92 19 36 113 15 125 77 116 111 2 58 102 30 38 57 3 108 37 112 20 94 26 7 18 33 67 13 106 85 17 22 84 51 91 28 128. También pueden buscar en internet un generador de secuencias para números aleatorios e introduzcan del 1 al 131.

Sugiero que hagan esto si ya leyeron el libro. Supongo que esa es la gran desventaja del método. Desconozco (y dudo) su efectividad en alguien que no lo haya leído. Por mi parte he logrado perdonar la Rayuela (quitarme esas telarañas prejuiciosas de la cabeza). La literatura, en parte, es juego y gozar el juego. Rayuela es la literatura de la búsqueda que se vuelve más intrincada, e interesante, cuando los capítulos no tienen ningún orden. Ya veremos en diez años si me lo vuelvo a encontrar y si tengo otra cosa que decir.

Publicado originalmente en guardagujas.