Desde hace varios años la mayoría de mis lecturas las hago en electrónico. Incluso he tenido la paciencia para escanear o transcribir documentos que me entregan en impreso para leerlos en la computadora, en el celular o en algún otro dispositivo. (En 2001, transcribí un libro completo, sólo por el placer de tenerlo en electrónico porque deseaba tenerlo a la mano para consultarlo cuando quisiera). También he leído en mi Nintendo DS, en mi Palm, en mi iPaq y en mi iPod Classic. Hasta hace un par de meses estuve leyendo en el iPad y en el iPhone cuando decidí comprarme un Kindle (cuántas marcas, cuántos gadgets, pero es que parece que el dispositivo y la marca ya son la misma cosa). Claro, también he leído libros de papel y en algún momento, hace diez años, pensé que los extrañaría por el olor y por su memoria táctil. Honestamente, eso es un romance que sale sobrando cuando lo que se tiene es una sed de lectura.

Pienso que en unos cinco o diez años más, imprimir un tiraje de libros de papel podría ser un crimen o que tendrá costos ridículos gracias a cierta leyes ambientales que todavía no existen. Pienso qué, eventualmente, incluso el mexicano tendrá a la mano esta tecnología o se verá exigiéndola, desde los niños para los libros escolares hasta los obreros que necesiten repasar y leer alguno de sus manuales técnicos. Un kindle o sus hermanos de tinta digital, son más que suficiente para todo aquel que necesite leer. Incluso me parece una bonita posibilidad que el gobierno entregue a todas las personas uno de estos aparatejos. ¿Qué tal si sale más barato entregarle a cada niño uno de estos dispositivos con todos los libros que usará durante su etapa escolar que imprimirlos? Sin embargo, ese es otro pequeño romance. Así como el papel huele y se mancha con la grasa de los dedos, la abundancia de la tinta digital se sueña como un futuro probable.

Esos pequeños romances tal vez surgieron de mis lecturas más recientes. He estado leyendo ciencia ficción clásica y encuentro cierto optimismo cuando antes creía que hablaban de la inevitable extinción humana si continuaba desarrollando su narcisismo como especie. Muchos años escritos dentro de esos libros ya nos alcanzaron. John Brunner, Isaac Asimov, Arthur C. Clarke apostaban que por estas fechas, si no es que antes, ya tendríamos laboratorios y observatorios lunares. ¿Estaciones espaciales? Eso era para los noventas. Ahorita debiéramos estar estudiando no sólo la superficie, también las profundidades de la luna y estaríamos construyendo las naves espaciales que nos llevarían a Venus, Saturno o a las lunas de Júpiter.

A veces me pregunto a dónde fueron todos estos sueños y en qué derivaron.

Las únicas respuestas que tengo son las guerras que organiza Estados Unidos, la pobreza aparentemente perpetua de Rusia, la necesidad por más petróleo de China y la bondad de nuestro presidente católico de quitarle lo laico al Estado y seguir declarando el narcotráfico como una guerra. Nadie quiere viajar al espacio, cuando se tiene un colisionador de hadrones en la tierra que está ofreciendo un caudal de respuestas que sólo provocan más enigmas. Nadie se está preparando para ir al espacio cuando estamos ocupados con nuestra tinta digital y nuestras pantallas LCD, ofreciéndonos explosiones de luz y de fotones que mantienen a nuestro cerebro ocupando, mirando hacia todas partes.

Este fin de semana viajé de ida y vuelta a la ciudad de México. Lo único que llevé fue mi Kindle. Ligero, poco molesto, nada pesado, una batería eterna y horas de entretenimiento para perderme en la lectura. ¿Que los libros cuestan? Para nada, en la biblioteca digital de gutenberg se pueden conseguir horas de conocimiento y entretenimiento. Además, hay tantos sitios donde se pueden bajar libros que es ridículo. Cuesta si quieres estar a la moda, así como cuesta la ropa de estación y cuesta ir al cine a ver la última película de cierto director. Un buen lector sabe que los libros no tienen moda y que en todas sus lecturas puede encontrar líneas que sobrevivirán al tiempo. El romance está dentro del contenido de los libros, en los libros vienen más preguntas. Leer como se pueda. Eso es lo único que resta.