Regresé, todavía no entiendo de dónde, pero regresé. Ahora estoy aquí, en la oficina, mirando a través de la ventana y escuchando música que me invita a ponerle palabras a lo que no entiendo. Más tarde leeré, o más tarde continuaré escribiendo la novela en turno. Más tarde haré una edición, más tarde me serviré un café calientito para invitarme a la lectura, más tarde saldré a caminar para que el cerebro haga lo suyo y pueda pensar. Escribir también es eso: Hablar de lo que no entiendes, de lo que te preguntas, y luego la búsqueda de la respuesta a través del discurso. La palabra también es una artesanía. Podría escribir de tantas otras cosas, pero prefiero hablar de lo que no sé, o de lo que no entiendo. Sí, tal vez eso prefiero.

Hace unos meses leí una nota que explicaba una teoría hecha por unos físicos–. Somos una proyección holográfica que surge del otro lado del universo –y me complementaron esa nota, con una plática, donde otros físicos dicen que es muy posible que seamos una simulación virtual. Si mal no recuerdo, todo esto viene porque se ha descubierto el punto más pequeño, el punto indivisible de la materia. Todavía no sabemos qué significa eso, pero la teoría decía qué “en la realidad” un punto podía dividirse hasta el infinito. Ambas teorías: el holograma y la simulación, nacen de este pequeño punto indivisible que suponíamos inalcanzable.

La verdad es que debería hacer mi tarea, y buscar ambas notas para ligarlas desde aquí y que no piensen–. ¿Qué onda con este choro? Dejó de fumar uno para meterse otro –Pueden buscarlas, los invito, y me las mandan. Si recuerdo bien, ambas son solamente teorías. Pensar en ellas como una posibilidad, me permite pensar en historias y tengo la curiosa ilusión de que podría atravesar esta realidad para llegar a otro lado. De alguna forma, validan el trabajo del escritor. Alguien, en el otro lado del universo, nos proyecta o juega con nosotros y ahora estamos contando todo tipo de historias, incluso historias qué proponen eso mismo–. No existimos, sólo somos un sueño y esto que estamos viviendo en verdad no existe, pero estamos tan bien hechos que sufrimos como si existiéramos.

Entonces, ni modo, tendré que divertirme como si existiera, como si pudiera tocarme las manos y como si pudiera sentir el cansancio sobre mis pies cuando camino. Tendré que hacer como entiendo el ciclo de la luna y el sol, los sonidos afuera de la casa, y como si mis perros entendieran las instrucciones que les doy. Al parecer, no existir, o que hayamos encontrado el pixel que nos hace, de todas formas no cambia nada. Mi rutina será la misma: Un poco de música, salir a pasear con Nico y con Killer en las mañanas, hacer una hora de ejercicio diario, y leer los libros que escribieron otros, que hablan de lo que ellos perciben. No saben ellos que no existen, y yo, que medio lo sospecho, sólo me queda tocarme la piel con mis propias manos y confiar ciegamente en que existo, como tantos otros millones de personas sobre la tierra. Que existimos, que somos un nivel de existencia entre muchas otras, y que nuestros datos aunque no sirven de nada, tienen la suerte de estar calculándose y multiplicándose.

Regresé, pero todavía no entiendo de dónde.