Es en serio según lo que dice un periódico. La mujer murió después de dar su primer beso. Eso provoca tantas preguntas. Uno piensa en el chico que la besó y sí es posible que él quede marcado. Uno se pregunta que habrá pasado por la cabeza de la chica o si algo pasó realmente, si no murió instantáneamente. Probablemente se quedó en el “qué rico” y cayó al suelo, fulminada, por eso momento de intimidad tan espontáneo. La nota dice que la enfermedad se llama SADS. No dice más de la enfermedad, no ofrece una liga que esclarezca los detalles. Sólo dice que es una afección cardiaca muy rara. Si le quitan una S, dice SAD en inglés, como la forma más simplona de tristeza. Si buscan en Google, en español, verán que el SAD es el “Síndrome de Amar Demasiado” (demasiado amoroso su síndrome).

La nota dice que el beso fue sorpresivo. ¿Eso la espantó? Ella levanta la mirada y repentinamente, tiene labios ajenos a nada del rostro. Es un susto de proximidad. Le dieron el beso y murió pensando que un monstruo se había aprovechado de sus labios. Es un susto de muerte. La nota dice que la chica era muy activa y muy atlética. Se concluiría que también el miedo puede romper el cuerpo de un atleta. Aunque es un susto común, la mató. Quinientas mujeres al año mueren de SADS en Gran Bretaña. ¿Qué demonios es el SADS?

Hay quien piensa y no deja de suspirar con la nota. La dulzura de morir después de un beso anhelado. Ya no habrá paso a la frustración, al matrimonio, a que la relación cambie o se rompa, a la angustia de tener sexo, de ofrecerle el cuerpo o de buscar como entretenerlo. No habrá discusiones tontas por la cena, por la clase de mascota, por los celos de otro. Se pierde la oportunidad de escuchar todas las canciones y a la vez, cierras con una definitiva que sólo habla de un beso tan esperado. La mujer se fue como una llamarada. Una explosión de fuego que se consumió en un instante. A ella ya no le importa.

El hombre y su madre, su padre, sus hermanos, sus amigos, pueden decir lo que quieran. Los que sobreviven cargan con el peso del muerto. Pensarán en ella como una hermana ejemplar y construirán momentos que no podrán ser vividos. Ella se fue con un beso, a ella no le interesa. El chico podrá estar angustiado de besar a otra, pensará que sus besos matan, con angustia, con ironía, con una sonrisa. El chico besará a otra y descubrirá que no puede matarlas, que su poder sólo funcionó una vez y la explosión, la chica elegida entre miles, fue ella. Ella que ya se fue y no le importa. El beso recibido ya nadie se lo quita. Últimos segundos con esa cosquilleo en los labios y después el derrumbe interno, el derrame del cuerpo.

Además ella se fue virgen, según la nota. Si fuera una especie de dios, pensaría que su muerte es una especie de broma, una especie de mensaje o tal vez, un momento entretenido. Todos los días alguna pareja está sorpresivamente besando a la otra, que tiene tiempo esperando el beso. Se convierte en una anécdota especial, humorística, una anécdota tan apropiada para los días de san Valentín y la celebración de los mil quinientos años de casados. Ella no tendrá ninguna anécdota. El hombre, si acaso, podría decir que su primer beso significó muerte mientras bebe en un bar. Debe haber un dios que piensa en nosotros, los que sí escuchamos, los que sí pedimos a la vida un poco más de amargura, una ruptura al amor plástico y envuelto en celofán.

Como quiera… la mujer que murió de un beso, me parece aberrantemente envidiable.