Hoy es domingo. Lo único que lo puede mejorar es que el día de mañana es día de lucha libre en la arena Puebla. Recuerdo los días de niñez, cuando en la tele mirábamos a los luchadores golpearse, volar, arrancarse las máscaras, insultarse entre ellos o insultar al público, a la porra ajena. Sus máscaras y sus atuendos son el verdadero súper héroe moderno. La evolución del concepto. En un ring, ves la lucha emocionante y verdadera entre el bien y el mal, los técnicos y los rudos. La gente aclama como lo harían en la vieja Roma, y si pudieran, exigirían sangre real, extremidades que vuelan y escupen sangre. Algunos luchadores tienen el cuerpo de un gladiador, bien marcado entre sus telas tan pegadas al cuerpo. La Roma, de nuevo, la vieja Roma, el areté, el cuerpo perfecto. Otros luchadores adquieren el papel del bufón y hacen reír al público mientras su equipo lleva la verdadera lucha. Otros más, son los hombres grandes, los abundantes, los verdaderos. Lo mejor es el momento en que apuestan la máscara o la cabellera y al final de la pelea, yacen de rodillas frente todo al público. Las porras se vuelven más intensas, la arena cimbra, los gritos y los insultos aumentan su intensidad y hacen eco en el rostro del vencido. Ha llegado la hora de entregar la identidad, aquello que los separa de todos nosotros. Mientras que algunos tienen que confesar que son hombres comunes cuando les retiran la máscara, otros pierden su fortaleza completa como cuando Sansón se entregó sin reservas a la tentación. No hay sangre, pero el héroe termina humillado, su historia se vuelve interesante, unos piden que regrese… que por favor regrese y otros, sonríen cuando intuyen que ese hombre dejó todo lo que era en el ring.