Compré un hombre de madera. Uno pequeño porque no soy pintor. Nunca me eduqué apasionadamente en el arte de las proporciones. Apenas y hago bocetos, perfiles, cuerpos incompletos, sin sombras. Mi madre tiene un hombre de madera más grande, mejor hecho. Éste, siento que si lo muevo demasiado, se va a romper. Procuro no moverlo. Sin embargo, cada día presenta una posición distinta. El hombre de madera “se mueve solo”. Luego pienso que lo movió mi mujer, la señora de la limpieza o el cacto con sus extremidades espinosas, pero no estoy para verlo. El hombre de madera se mueve solo. Juega con la quietud de la habitación, con el sol que entra a medias, con los fríos poblanos. Como un alquimista, toma ese conjunto de cosas y se mueve, en soledad. No le interesa estar vivo, no le interesa comer o follar, o hablar con las personas, hacerse sentir querido. El hombre de madera se mueve sólo para molestar. El hombre de madera se mueve.