En la novela que escribí, y ahora que tengo tiempo de pensarlo y digerirlo, escribí uno de los capítulos más siniestros que haya escrito alguna vez. Siempre me ha gustado explorar esas posibilidades, qué tanta oscuridad puede envolver a un personaje y qué tanto se puede introducir a un mundo por… necedad. Me preguntaron si el personaje ya existía antes de que lo escribiera: la respuesta es que sí. Ya existía. Sólo que tenía una edad distinta, y un rol distinto. En las primeras etapas, el borrador mental, “ruido” era una mujer vieja, con prótesis, que aparecería para aconsejar a nuestro personaje. En las caminatas pensaba constantemente como incorporarlo y que rol darle. Sin embargo, el personaje era necesario para fijar límites que pueden atravesarse en ese universo y qué tanto puede lastimar una obsesión (de manera contundente tanto en mente y cuerpo) si se atraviesan las puertas. También pude crear un doble para el personaje principal (La situación de los dobles, los reflejos, me obsesionan. No puedo vivir sin hacer un reflejo). Un reflejo retorcido de lo que podía llegar en convertirse y la lucha para salvarse de llegar a ese extremo. Las caminatas y los cigarrillos se consumían, pensando todos esos detalles y cómo lograrlos, como condensarlos, como lograrlos de una manera sutil. Supongo que logré mis cometidos. A un nivel personal, el libro esta hecho.