Un hombre leyó en mi blog “que Agustín Fest está obsesionado con la metaficción”, mientras sostenía un cigarrillo con su mano izquierda y corría la bolita de su mouse con la mano derecha. Me pregunté si de verdad escribí eso, en algún momento de mi petulante carrera seudo-literaria. El hombre fumó tranquilamente. Mientras tanto, yo seguía recorriendo mis pasillos mentales en búsqueda de ese archivero: “Metaficción”. ¿Cómo se hace? ¿Por qué se hace? Si mal no recuerdo, es cuando un personaje lee un libro dentro de un libro. En ese libro se puede detallar lo que está leyendo, o bien, las sensaciones que le provoca el texto y estas pueden convertirse en uno de los pilares que lo definen. ¿No será más bien, ese guiño personalísimo de convencer al lector, en un momento donde lo agarra vulnerable, que está leyendo un libro y que ese libro en las manos, también lo lee a él? El libro como un espejo. ¿Será? Se resuelve muy sencillo, pensé, “Agustín Fest está obsesionado”. Debió ser en mi etapa de la tercera persona. Esa etapa que asustó a unos cuantos porque Fest parecía un psicótico. Prendí un cigarrillo, al mismo tiempo que ese hombre hacía su búsqueda y apagaba el suyo. Faltaba más, nadie puede decir que “Agustín Fest está obsesionado con la metaficción”, a no ser que el mismo “Agustín Fest” lo confirme. Ah, pero en esa etapa… Fest era un personaje, no necesariamente Fest, el escritor. El hombre bufó y sonrió cansado. Gritó a nadie que le trajera un café y luego recordó que estaba absolutamente solo en el universo. Pobrecito. Yo grité: ¡Café, por favor! y mi mujer respondió: ¡Órele y ponga su agua! Claro, debía ser. El hombre cayó en cuenta: “¿Cómo puede estar obsesionado, cuando está escribiendo apenas de eso… Espera… ¿quién…?”.