Hace no mucho, una amiga me hizo una larga disertación de los problemas que acarrean los hijos (e hijas) de madre soltera en la vida. Una larga cuenta de problemas psicológicos. Palabras que vienen en un texto. En otro texto, en algún lugar, la respuesta es muy sencilla: “Jamás cuestiones al hijo de una madre soltera, porque la defenderá con los dientes”. Eso me pasa cuando me preguntan, pero no tengo el valor para decirle a ella que defendí sus decisiones y su vida. Algo simple que por cuestiones de la vida se hace más complejo. Hijo de madre soltera: que si tienen problemas para relacionarse, que si preguntan por la figura ausente, que no son felices en su vida porque siempre preguntan por el padre. Supongo que es la cruz que debo cargar y termino escuchando, lacónicamente, como otras personas tienen una opinión de lo que pudo ser, o creen que fue, mi vida. ¿Pero no es el juego de todos? ¿Una proyección infinita del deber ser? Cuando era pequeño y me preguntaban por mi padre, tenía que encoger los hombros. Aún hoy debo hacerlo. Sin embargo, ya después de mucho tiempo, tengo otras respuestas. Entendí que mi madre hizo su trabajo, y que lo hizo bien. Nunca estuve solo. No tuve la imperiosa necesidad de tener un padre que me enseñara de futbol, de mecánica, andar en bicicleta, manejar un auto, como ser un hombre en las relaciones de amigos y en el amor. No niego que su ausencia, en su momento, fue un sentimiento romántico, impulsado por la juventud y el deseo. He tenido otros padres, que me han enseñado a pensar y cuestionar. ¿Hay algo más importante que ello? Mi madre hizo su trabajo, y lo hizo bien. Si estoy buscando al padre, es simplemente por saciar una curiosidad. Me gustan los enigmas. Me gusta resolver historias.