Las tardes apacibles me están comiendo, me están llevando a un vórtice donde las horas pasan despacio y el cielo es muy grande. Hoy, se escabulleron dos abejas a la casa. Una de ellas está chocando contra la ventana, tratando de salir. La otra se escondió tras la cortina.

Supongo que está haciendo lo mismo, estrellando su cabeza hasta llegar a la calle. Un yo-explorador piensa que debería buscar el panal de abejas, enseñárselo al perro y ordenarle que los mate. ¿Por qué se llama Killer, si no es todo un cazador despiadado? No sé porque nadie te lo dijo, pero el perrito guarda un instinto asesino. Estoy seguro que dentro de ese minitoy, se esconde un espíritu violento.

Tal vez para variar, discutimos el cielo y yo, debería llover un poco. Prometió pensarlo. Eso es mejor que nada.

Estoy satisfecho con el avance de la novela. No sé cuando la voy a terminar, pero estoy satisfecho. Hoy escribiré un tanto más. La pantalla completa y las letras funcionan. Nos hemos visto todas las mañanas y hemos desarrollado una relación. Las letras me guardan del cielo, y yo les doy libertad. Después platicamos de nuestras respectivas esposas, del clima y luego nos fumamos varios cigarros en silencio. Cuando llegamos a nada que decir, no nos abandonamos, simplemente toleramos nuestra existencia mutua. Luego el perro entra ladrando y uno pensaría que lo arruina todo, pero no es así, tan sólo es parte de la sinergia.

Las abejas, el perro, yo y mis letras, somos uno.