• Volteé a mi izquierda y lo miré, agarrarse de los muros y buscar su camino entre la oscuridad. Por un momento, recargué mi rostro sobre mi mano, en un gesto de observación a lo único interesante que había que observar. Sus movimientos eran más erráticos de costumbre. Luego pensé que se había quedado dormido, así de pié, mirando al piso, balanceándose eternamente. El balanceo lento como las olas de mar. Hice un gesto, no recuerdo cual, y olvidé ese momento que seguro, más tarde, me provocaría tristeza.

  • La confesión es un recurso para buscar la aceptación de otro. Al confesar secretos –curioso, me acordé de ti, “Fabiola” (sólo por las confesiones)– tienes la oportunidad de mostrarte como el monstruo que crees que eres. En el fondo, me separo de mí mismo y sigo cometiendo un par de diabluras. Soy el mismo monstruo. Tengo secretos que todavía puedo confesar, así que mi alma está en paz.

  • Lo miré arrastrándose como una mancha en las sombras, preguntándome si necesitaría ayuda. Me quedé aferrado en mi asiento, todavía con el mentón sobre la mano. ¿Qué pasará en el futuro? Nos hemos hecho viejos, hermano, y no hemos cambiado nada. ¿Mi culpa, tu culpa, nuestra culpa, por mi gran culpa?

  • Traté de recordar, pero ya no pude.