Había dos madres con sus hijos en la filmación. Dependiendo de lo que dijera un contrato, una de ellas se iría sin paga alguna. En cuanto llegué a la locación, como ya lo esperaba después de algunas llamadas telefónicas, me jaló la madre cuyo contrato probablemente comprometía a su hijo.

La verdad, no tenía ningún antecedente con la señora. Había formado mi juicio a través del contexto. Madre de tres hijos, los tres con excelentes capacidades histriónicas (odio, y me gusta, esa palabra), varios comerciales al aire. Era una señora que manejaba la carrera de sus hijos, y suponía, la manejaba de manera impecable.

Debía ser un error.

Pero también había otra posibilidad y es que ella estuviera mintiendo. Tal vez, no mintió para quedarse con el comercial. Pero mintió para no descubrir su error. Ya que habíamos llegado hasta este lado del mundo con el descuido, pues ¿qué mejor que abandonarnos a la decisión de alguien más? Que el cliente decida y a chingar a su madre. Aunque probablemente yo tuve algo de culpa. Le hice saber a la madre que el cliente estaba encantado con su hijo. Y que le encantaría que fuera él quien hiciera el comercial.

O sea, todos sabíamos que era muy probable que Daniel se quedara. Y que Hernán sólo iba de paseo. Malo.

–Agustín, no iba a presentarme. No sé porque estoy aquí. Estoy muy apenada con todo lo que pasó, pero ya habíamos estado en la misma situación precisamente con Hernán para otro comercial.

¿Qué?

–La verdad no veo justo que mis hijos tengan que competir, o enseñar a otros niños como hacerlo. Mis hijos son profesionales.

–No, señora. Este no es el caso. El caso aquí es que deseamos saber que dice su contrato, del comercial que hizo aquí el muchacho en noviembre del 2007. No se preocupe. No estamos haciendo carreritas con los niños a ver cual lo hace mejor. A la clienta, insisto, le gustó mucho Daniel y le encantaría tener la posibilidad de hacer este comercial con él.

No indagué.

–Es que luego pasan tantas cosas Agustín, y uno ya no sabe cuántas competencias son de qué, y cuántos años son de tal. Por ejemplo, yo sé que Coca Cola es competencia de Pepsi, es obvio, ¿no es así?

Gamesa de Marinela debiera ser obvio.

–Claro que sí. Luego son tantas cosas. Me imagino que es fácil perderse.

La señora me contó su día de ayer. Uno que estaba estrechamente relacionado con el mío y mi estrés. Mientras la escuchaba, sabía que debía tener cuidado con ella; que no podría quedarse quieta y calladita durante horas; que trataría de torcer las cosas para ella no tener un ápice de culpa; que entraríamos en conflicto si no cuidaba las palabras; vaya, incluso si no cuidaba las palabras que alguien más le soltara.

No tenía nada contra ella, y ella nada contra mí, pero la situación no le gustaba y no permitiría que se quedara así.

A mi tampoco me gustaba la situación, pero yo soy de la filosofía “ercogitum”. Ya cogido, pues disfrútalo.

Desayuné pesado. Me tomé mi tiempo y ofrecí a la señora que desayunara. Curioso. Ella me estuvo diciendo varias veces durante la charla–. Agustín, ¿no piensas desayunar algo? –No, todavía no –respondí. Con tal de escucharla, ver que gestos hacía, todas esas cositas. La plática del comercial pronto cambió a una charla más bien común. También me contó que metí a su hija de quince años al casting, cuando ella le había dicho a su agencia (la mujer que me gritó ayer) que la nena tenía competencia. Suspiré. Menos mal que la escuincla no se quedó siquiera en la preselección.

Aunque es una de esas nenas de quince años que crecen, y se ven, pues, de quince años y uno babea, y se encomienda a los santos. Jo.

Tocó el turno de la otra señora. La mamá de Hernán era una argentina que tenía dieciocho años en México vendiendo comida para restaurantes argentinos. El padre hacía lo mismo. Total que cuando quise platicar con la señora, ella estaba sobre el teléfono arreglando cosas de su negocio. Cuando terminó, le pregunté–. ¿Sabe cómo está la situación?

–Pues sí. Presentan a los dos niños. El cliente dice tú te vas. El cliente dice tu te quedas. Y ya –muy amable, sonriendo la señora.

–¿Qué ya le había pasado lo mismo y con la misma señora?

–Ahhh, pues en esa ocasión eran unas fotos para una medicina. El niño tenía que estar saltando sobre un tumbling. Si el niño se cansaba, pues metían al otro. Mi niño se quedó para el comercial y era el que estaba haciendo las fotos. Pero al parecer, nunca le explicaron a la señora la situación con su hijo. Total que Hernán con mucha energía, hizo las fotos él solito, y nunca hubo necesidad del otro niño.

Ah. Eso pasó. Una producción descuidada podía hacer eso. O una agencia despistada. O un casting mal hecho. No prevenir esas cosas es estúpido. Eso, asumiendo que la argentina decía la verdad. Ya más tarde, me diría la madre de Daniel que le habían dicho a las dos señoras que los dos hijos eran principales. Como no le gustó eso, se peleó con el director y se fue de la filmación. Nadie se había tomado cinco minutos para explicar y ahorrarse un par de problemas.

¿Quién me garantizaba que no iban a tomar las cosas igual, que no me iban a gritar, y que no se iban a largar las dos de la filmación?

La argentina parecía estar de lo más tranquila. Hablaba, hablaba, y hablaba hasta por los codos. Estuvimos hablando como una hora y media. Había entendido una cosa: Que si Daniel se iba, Hernán se iba a quedar. No sé porque razones. Tal vez por mera amabilidad; tal vez por demostrar que ella estaba más tranquila respecto a la situación o que no le afectaba tanto como a la otra señora; tal vez porque bueno, ya estaba ahí.

Ya teniendo un juicio de las dos señoras, saqué el teléfono y empecé a preguntar acerca del contrato. La chava de la agencia que me había gritado, ahora se había convertido en mi mejor aliada, al permitir que le preguntara cada cinco minutos como íbamos. Así estuvimos cuarenta minutos, aproximadamente, hasta que se acercó la madre de Daniel.

–Agustín. Quiero decirte algo.

–¿Sí?

–Hablé con la productora del comercial que hizo Daniel, y me dijeron que ellos iban a liberar su contrato. Que ya es seguro. ¿Recuerdas que mi hijo estaba en preselección para otro comercial que se filma este veinte para la misma empresa? Pues ya me dijeron que lo puede hacer sin problemas. Eso quiere decir que podría hacer este.

Me salió fuego en las patas. Quería ir corriendo con el productor a decirle este pedazo de información, pero…

–Agustín, te pido de favor que no se los comentes. Mira, yo prefiero dejarlo a decisión del cliente. Ya no quiero mover más las cosas.

Como chingados no… ahorita mismo, ¿qué?

La señora me vio joven y manipulable. De no haberme pedido eso, habría ido corriendo a comentarlo a producción. Es más, esa pequeña línea me despertó la prudencia.

Había un contrato, había una agencia que estaba investigando ese contrato por el bienestar de la doña. Aunque, siendo fríos, a la agencia le daba igual que niño quedara, los dos le generaban la misma comisión. Si no investigaban ese contrato sería por joderse a alguien.

Era probable que la agencia quisiera joder a esta señora, si ella había logrado conseguir la liberación del contrato cuando ellos no pudieron. También, era posible que estuvieran mintiendo en esa liberación. ¿Cómo lavarse las manos? Dile al de casting como están las cosas respecto a la liberación del contrato, y que él lo comente a producción. Pero no quedes tú como ansiosa. No señor. Conviértete en víctima. Busca que sea tu protector, que pase la información bajo la mesa.

La señora habrá pensado: “Alguien en su situación, querría que un niño se quedara ya. Mi niño tiene las de ganar según la clienta. Y si yo paso la información del contrato, para que la use como mejor le sea conveniente”.

O la señora era toda honestidad. Estaba francamente cansada de la situación, y ya no le importaba si su hijo se quedaba o no en el comercial. No actuaba. Era la víctima.

Llegaron los clientes. Una güerita que se veía mucho mejor en persona que en videoconferencia, y una morenita que también se veía harto sabanable. Ahhh, suspiré. Yo tan casado, y pobre. El productor se llevó a los dos niños para presentarlos.

No tardaron en tomar la decisión.

-Se queda Hernán, porque el cliente no quiere arriesgarse con el contrato de Daniel.

-Perfecto.

En ese preciso momento, me habló la agencia para decirme lo siguiente–. Pues el contrato dice que son tres años, seis meses. Comenté con la agencia de publicidad y que no es posible liberarlos. La competencia son galletas y pastelitos.

Colgué el teléfono.

La madre de Daniel se me acercó.

–Mi agencia nunca te dijo nada de mi contrato, ¿verdad? Nunca lo investigaron.

–No, la verdad es que no –mentí.

–Últimamente hemos tenido problemas con esa agencia. Dime tú, Agustín… ¿cómo es posible que ellos no hayan podido liberar el contrato cuando yo lo hice? Están enojados conmigo porque hice otros dos proyectos, de muy buen presupuesto, y anoté otra agencia que me mandó primero. Ya no sé que hacer con ellos.

Era una posibilidad. La agencia mintió acerca del contrato; también era una posibilidad que la señora hubiera mentido. Pero, independientemente de cuál fuera la verdad, muy dentro, se hizo lo mejor. Elegir la opción segura, no la complaciente. Cuando no tienes la información, cuando dos mujeres la tuercen a su beneficio, lo mejor es permitir que actúen y permitir que las cosas caigan solitas en su lugar.

Porque cuando agarras al gato cuando está planeando, no quieres salir arañado.