Esta noche leo con interés los recuerdos de tu infancia. Por qué lo recordé: Estoy aburrido. Muy aburrido. Una pared blanca a mi derecha. Dos monitores frente a mí. Una decepción en el trabajo. Esa breve decepción: En un casting de 700 personas no pueden encontrar a tres para unos comerciales. Parece que esperan ver otras 700 más. Repaso mentalmente los números, las breves juntas, las características de lo que piden y analizo si hay descuidos, o errores. En medio de todos esos pensamientos, recordé lo aburrido que estoy. De mis recuerdos infantiles, de mis viejos amores, de los actores y de la literatura. Aburrido del enorme conjunto que significa la vida. Asiento lentamente, como quien se ha resignado y me pregunto cuánto tiempo llevo ignorándolo.

Nunca lo he ignorado. A veces me sorprendo mirando a ningún lugar en particular. En esos momentos peculiares, que pueden ser tan largos o tan breves, por mi cabeza pasa un ruido constante que susurra: “yaquepaseyaquepaseyaquepase”. Alguna veces separo las palabras y lo susurro despacio: ya-que-pa-se-ya-que-pa-s-e-y-a-q-u-e-p-a-s-e. Busco mi libreta para anotar lo siguiente: “¿Qué pase… qué?”. La ambigüedad de la respuesta permite la deshonestidad. Ya que pase el camión. Ya que decidan el casting. Que todo termine ya. Deseo casarme ya. Al final siempre la misma respuesta. Una sorprendentemente sencilla: Ya que pase la vida. Después de llegar a ese punto suelo sonreír. Prendo un cigarrillo como quien ya lo aceptó.

Aburrido desde siempre he buscado pequeños intereses que mantengan con vida mi cuerpo. Mi trabajo problemático, por ejemplo. Escribir nuevas historias, por ejemplo. Leer muchos libros, jugar muchos juegos, ver muchas películas, olisquear muchas mujeres. Leo los recuerdos de tu infancia porque esta noche me mantienen con vida. No quiere decir que sin tus recuerdos saldría corriendo a que me atropellara un autobús. No. El suicido es problemático, y si vivir es aburrido, un suicidio lo es más.

Es agradable recordar mi aburrimiento, porque es el único sentimiento que siempre ha sido mío.

Antes pensaba que era indiferencia. Pero no creo. Le faltan rasgos a la indiferencia para describir lo que siento. Si fuera indiferente, por ejemplo, ya lo habría terminado como un suicida. Si fuera indiferente, no buscaría, ni leería, y no tendría un trabajo problemático. Tampoco inventaría rasgos interesantes en las personas que son tan aburridos como yo y reaccionan desesperadamente para esconderlo. Es tan problemático aburrirse, que muchos lo compensan con lo que pueden: alcohol, amores, conocimiento o mujeres. Aceptarlo es difícil, porque implica aceptar cuantas mentiras has inventado para no pensar en ello. Luego viene la depresión. Luego viene buscar otro juguete.

Yo no le miento a mi aburrimiento. Solamente lo olvido. Como quien olvida que tiene a su madre hasta que ella deja de cocinar. O tiene a su padre, hasta que este muere. Naturaleza humana: el olvido, el aburrimiento, la mentira, la indiferencia y el suicidio. La contradicción. La honestidad. Olvidar y recordar. Hablar con uno mismo para conseguir las respuestas. Darse cuenta, que todo en esta vida, es un ciclo eterno. No importa cuan aburrido me encuentre. Igual carece de valor, cuan aburrido te encuentres tu. A “la vida” le importa un carajo. Yo siento que nos hacemos un favor mutuo en sabernos insuficientes, y dispensables. A ella no le interesa mucho lo que siento al respecto.

Sí. Tal vez.