Toda la tarde han estado trabajando sobre Xola, para hacer el metrobús. Enormes monstruos de hierro taladran la mitad de la avenida y la casa vibraba. Trataba de concentrarme en el monitor, pero no podía evitar asomarme por la ventana y cuando me hartaba de darles cáncer con la mirada, sentía la silla como el vibrador más ligero que un sexshop puede ofrecer. Tres horas. Miro el reloj. Tres horas tal vez. O mañana en la mañana. Recibí mi sueldo. Está bien. No tengo ganas de gastarlo. Cigarritos. Muy bien y cafecito, coca cola, comida corrida, frío, y el trac trac trac de la maldita máquina. Ni el bondage francés puede separar esos daños. Me pregunto porque mi otro yo no puede reemplazarme, y jugar a que trabaja, el día de hoy. El trabajo flojo. Demasiado relajados otra vez.

No hay nada a través de las ventanas. Las letras que no se han escrito se acumulan. Quiero acabar la Torre de los Sueños en diciembre. Tendré que revisar de nuevo mis tiempos. Tendré que extender de nuevo mis horarios. Tendré que encontrar, otra vez, el fascinante proceso de novelizar. Novelizar. Por eso ya nadie escribe novelas. Por eso todos tenemos un blog.

Mi café esta tan caliente que el humo se escapa al cielo. Se confunde con la contaminación del día de hoy. Con el polvo que la máquina, hija de puta, ha alzado en toda la avenida. El gobierno esta cambiando mi entorno. Todavía no comprendo como funcionará con esta avenida. Me es frustrante no comprender algo. Pero bueno, estoy en esa etapa del año que menos comprendo al ser humano, a mí mismo, la vida en general, lo que falta por hacer. Pequeñas metas ya fueron cumplidas. Faltan las grandes. Y a ver.