Muy pronto. Hace unos días, sintiéndome una especie de superviviente y lifehacker, salí a caminar de día y permití que el sol me iluminara las hormonas del buen humor. Funcionó. Los audífonos con Paul Van Dyke y Tell Me Why. Andaba tan contento como el monito que buscamos para el casting más reciente (chavo entre 20 y 25 años, que escucha música, los audífonos puestos y misteriosamente baila frente a todos). Al día siguiente escribí que me sentía vacío. Cambios tan raros de humor que se guarda uno. Ese vacío, como dicen por ahí, se llenó después de cenar. Esas son las opciones para una vida feliz: camina bajo el sol y come cuando te sientas vacío. Eso promete una larga lista de qué hacer para sentirse mejor, porque de la caminata vespertina a la cena, hay muchas horas todavía.

El café no me alcanza. La flojera es magnánima. La próxima semana debo entregar el siguiente borrador para VG!. Todavía estoy pensando qué presentar para este artículo.

Estoy un poco preocupado por los concursos que presenté. Dos de los cuentos son “Ciencia Ficción”, y ese género es como el chico malo de la literatura. Cuando empecé a leer, hace muchos años, esos fueron mis primeros libros y también, mis primeras verborragias. Me fascinaba la facilidad con la que podían construir el mundo y como sus climas tenían consecuencias genéticas y de humores. El hombre desesperado con encontrar sus respuestas por todo el universo. El hombre separándose cada vez más de su planeta natal. El hombre preguntándose quién es y de dónde viene. Si un exiliado se fascina por las preguntas que surgen en su cabeza cuando acaba en otro país y reafirma su identidad nacional, leer tan sólo que lo mismo se pregunta un terrícola que vive en Marte, o mejor aún, el marciano que sabe su procedencia terrestre pero le importa poco. La ciencia ficción son las mismas preguntas sociales pero el problema se agranda para cubrir un sistema solar.

Si no puedes encontrar las respuestas a tus preguntas en un pequeño grano de arena, ¿entonces por qué buscarla en las estrellas? Eso no tiene importancia. Todo viaje es literatura. Romper la consciencia de quien fuiste ayer y quien eres hoy. Encontrarte frente al espejo y llorar, descubrir que eres la misma persona después de todo lo que sufriste. Sí. La misma persona. Pero miras diferente.

Hoy en la tarde, mi tío Daniel se puso poético. Todo empezó porque platicábamos de la fusión de los elementos. La continua fusión del hidrógeno puede dar en su totalidad, la cantidad de elementos que existen en la tabla periódica. Lo mismo que sucede con las estrellas, que continuamente repiten el proceso de la fusión. -Es por eso que dicen -dijo mi tío Daniel-, que somos polvo de estrellas. Me quedé callado un momento y le respondí-. Aw… qué tierno. No pude evitarlo. Polvo de estrellas. Mono.