Sí, sí me duele todo. Después de bastantes añitos de no acercarme al ejercicio, es obvio que duele todo. Los brazos y las piernas. Pero me siento orgulloso de haber aguantado los veinte minutos en mi caminadora artificial, dónde tenía que imaginar un bosquecito y un pajarito, y luego al diablo correteándome a mis espaldas, para nomás no dejar de caminar. Las pesas, sin embargo, creo que debilitaron más las articulaciones de mis brazos de pollo y mi sonrisita de sabelotodo insoportable se ha que quebrado un poco. Mañana gimnasio otra vez. Sé que si me atrevo a no hacerlo, el miércoles moveré mi cuerpo como si fuera una momia de Guanajuato y de imaginármelo, la sonrisa se quiebra en dolor y espanto.

Desde hace un par de semanas, un par de caracoles viven en mi baño. Me pregunto si cumplirán el rito del apareamiento en algún momento. Puro morbo, aunque es conocimiento general que la mayoría de los caracoles son hermafroditas. A la mejor uno esta persiguiendo al otro para golpearlo, insultarlo, o cobrarle alguna deuda. Uno esta en una esquina, cerca de la ventana, mientras que el otro esta más cercano a la puerta. A veces los sorprendo asomándose y reptando por los muros muy despacio. En las noches hago apuestas. Un día, mientras uno de ellos esté hibernando, el otro aprovechará y empujará con todas sus fuerzas para robarle la concha. Sólo espero que ninguno de los dos se le ocurra estar debajo de mi pié mientras no estoy mirando, porque es bien sabido, que como ya viven en mi baño, ya me siento responsable de ellos, y se han vuelto un par de mascotas.

¿Sabían que los franceses comen caracoles? Protejo a los míos de esas atrocidades.

Me he vuelto un asesino de bichos esta semana. Me siento orgulloso, porque pude matar a una araña de la longitud de 3/4 de mi dedo índice y ayer aplasté a un cara de niño. ¿Cómo se llevarán los cara de niño con los caracoles? Tal vez lo descubriré en Discovery Channel esta semana, si tan sólo viera algo de televisión o supiera el nombre de esas fascinantes criaturas en inglés, para investigarlo en la Wikipedia. Hay un archivo escondido dentro de una imagen en el escritorio de la computadora. Debería borrarlo porque no tengo la contraseña, pero me gusta conservar esas pequeñas rarezas. Bajé Blender, un programa gratuito para hacer imágenes y películas tridimensionales. Supongo que deseo crear. Supongo que deseo rebasar el límite impuesto por el lenguaje.

Pero no me alcanza el tiempo ni para ser autodidacta, ni el dolor de mis brazos permite mover el mouse lo suficiente para hacer una cara.