Esto no es el inicio de un sermón religioso, pero es el título más adecuado. Ayer en la mañana, salí a pagar gastos del colegio de mi hermano. Decidí, de paso, llevarme también su anuario para verlo. En el camino estuve revisando, mirando las fotitos de la juventud chilanga y marista. Jovencitos metrosexuales, mujercitas demasiado desarrolladas, y luego, mi hermano… su actitud flemática, su sonrisa breve de cabrón… me pareció verlo como un niño, de nuevo. Un niño algo decepcionado… pero tal como lo dejé.

Precisamente hoy le comenté a alguien que no verle durante tres años, me impide despreocuparme de él y no caigo en cuenta que ya está huevoncito. Hoy tuvimos un conflicto que reafirmó eso, pero me siento demasiado cansado para escribirlo todo. Tengo tantas imágenes de mi hermano, que más bien son mis hermanos… en distintas etapas de su vida, y existe esa base: el hermano pequeño, el hermano que necesita consejo, el hermano del cual soy el rol ejemplar… su hermano… siempre su hermano. Tal vez mi familia no es muy unida, no es la familia típica del mexicano, pero existe ese lazo que quiero conservar indestructible. Ese lazo que tal vez él rompa cuando madure, y se vaya, y aprenda a madrearse solo con la vida… Un lazo siempre fuerte, cuya sociedad considerará raro, porque los dos bastardos deberían llamarse “medio hermanos” y le quitan la palabra que no cuenta.

Es un ideal ingenuo y romántico, de los que acostumbro… ingenuo y romántico, mas no pendejo: el tiempo cambia a las personas, el tiempo las separa y las transforma en otros. Los otros. Estuvimos separados durante tres años… pasará que lo estemos durante más tiempo. Esa lejanía habrá de repetirse porque el tiempo no se detiene, y el tiempo es amo de la distancia y ordena los kilómetros a su antojo. Aún siento esa pequeña ansiedad de saberlo luchando solo. Ese pequeño síndrome de saberle bien. Sin embargo, nunca, he impedido que mi hermano se madreé solo. Es tal vez, con las personas que más quiero, que eso se mantiene indiscutible e inalterable: La madriza es tuya, la vida es tuya, yo te puedo explicar como lo veo… pero tú harás lo que quieras, siempre.

Cuando pasé de mi hermano, la verdadera razón porque llevaba el anuario continuó moviendo mis dedos. Avancé páginas, y páginas, buscando el apellido Fest en otros salones. Mi hermano estuvo en el 306… el mismo salón en el que estuve en 4to. Seguí avanzando páginas, moviéndolas a mi antojo… y cuando llegué al 213, mi salón de 5to, encontré a mi hermana. La admiré un momento. Su piel blanca, su sonrisa agradable, y me identifiqué en ella. No sabe de mí, pero yo sé de ella. Me pregunté, un tanto inocente, si ella fue la que dijo que le habría agradado tener un hermano mayor para que le cuidara.

Llegué a la oficina, aparté la hoja. Saludé a todos, le enseñé a Juan Carlos mi hermana, platiqué un poco de eso, me subí a la sala de edición y en silencio la miraba. No acostumbro a tener este tipo de dudas, y por lo general, soy mordaz cuando me asalta el tema. Sin embargo, la mañana de ayer, después de mirar a mi hermana, sentí cariño… o la ilusión de un cariño. Scarlett. Me dejé caer en mi asiento, y pensé cosas… pensé nada. ¿Cómo creciste? ¿Te has divertido? ¿El CUM te enseñó tanto como a mí? ¿Es una coincidencia o una broma, que hayamos estado en el mismo salón? Tres números más y habríamos tenido el mismo número de lista. Me pregunté si algún maestro habría tenido algún Dejá Vù. Si alguno habrá pensado en el Fest del ’99 y del 213. No… tal vez no.

Agustín Fest en el CUM era un marginado. Al menos lo fue durante dos años. Alguien que no se daba a notar. Alguien que estaba escondido, atrás del cristal, moderadamente inteligente. Agustín Fest no quería brillar porque le parecía estúpido y una molestia. Agustín Fest no tenía la misma cantidad de dinero, ni los mismos juguetitos, ni la misma ropa que sus compañeritos. Agustín Fest sabía que, materialmente, no tenía nada con que competir y lo mejor que podía hacer, era mantener parte de su espíritu y crecerlo en soledad. Agustín Fest era pobre, una especie de marginado, alguien que buscaba un Zen, un idiota, un teto…

Siempre pensó, que si debía formar parte de algún grupo, y brillar en él, debía ser por lo que era y no por otra cosa. No quería dar las nalgas rogando por un ipod (ejemplo) y presumirlo. No quería dar las nalgas usando camisas polo. No quería dar las nalgas usando pantalones Levi’s y ponerse cremita para mantener la piel sana y saludable. Ni peinarse con gel, ni rasurarse, ni hacer pendejadas para verse agradable y estético. No se le antojó caerle bien a los maestros para que le tomaran en cuenta las participaciones. No pensaba hablar perfecto inglés frente al grupo, para que le pusieran un diez. Lo que es, lo que te doy, es lo que hay, y no me vas a querer por lo que no te doy, quiéreme por lo que regalo. Es testarudo y necio en eso. Y aunque no quieras dar las nalgas, eres adolescente, eres un chamaco, y a veces terminas dándolas y necesitando brillar. La necesidad de supervivencia en el grupo, impreso en la memoria genética, es aún más fuerte que la testarudez de un chamaquito.

Ví el anuario de nuevo. Ella y su hermana, (y que Agustín Fest sabe), me han dado la impresión de que siempre han deseado brillar o hab brillado porque así nacieron. Estaba destinado que así pasara. Cuando la vi, me paseé por las fotos grupales y la encontré varias veces. El fotógrafo se había enamorado de ella… o sintió lo mismo que yo, un deseo espontáneo de protegerle y llamarle hermana. Estaba desparramado en el asiento, pensando todo eso y recordándome que… bueno, finalmente no eran nada mío, que nunca las miré crecer como a mi hermano, que nunca fui un rol de algún tipo y nunca lo sería. Por otra parte, mirar los ojos de mi hermana, y su sonrisa… me hizo pensar que lo había sido, o que deseaba serlo. Los sentimientos de mi hermano, que recién lo había visto en su fotografía, se transladaron a ella… un espíritu ingenuo, o un fenómeno psicológico, solamente pensaba… no, sentía que amaba a mi hermana, y deseaba protegerla.

Busqué a la otra. Pasé las hojas, y las hojas. La que inició todo el desmadrito. El soul search. La búsqueda de identidad. La noción repentina de la otra familia. Mi hermano llegó un día y me dijo–. Nos dio la bienvenida alguien que se llama como tú. Nos dio la bienvenida una Fest. Desde entonces supe de ella. Les dio la bienvenida, en el auditorio: brillaba o peleaba por brillar. La hermana mayor, la hermana ejemplar, la que ocupa mi lugar en otro lugar. Se veía bonita en esa foto, con la piel un poco más morena. Analicé sus gestos, ella era la responsable, la otra, la soñadora. Ella sabe por qué quiere ser médico, la otra seguramente quiere estudiar artes.

–A ti ya no te encontraré por casualidad, cuando vaya a la escuela de mi hermano –pensé.

–Tú ya no me necesitas –pensé–. Pendejadas. Nunca me han necesitado.

Cerré el anuario. De todos los anuarios del CUM, curiosamente, este era el que más valor tenía para mí. La encrucijada del río místico, el destino extraño, la casualidad, juego de azar… esas cosas raras que nunca pasan, pero que se repiten a lo largo de la vida de uno, y le hacen vivir días extraños. Probablemente, sólo nos rozaremos el hombro. El lado oscuro, que se divierte, desearía que los caminos se interpusieran, y tuviéramos que vernos a los ojos para descubrir una que otra verdad. Sin embargo, el otro lado, asegura que sólo nos rozaremos los hombros. Nadie sabe, la verdad. Al final, continúa siendo cómodo para mí estar del otro lado, estar en las bancas de atrás dibujando monas hentai, hablando sólo lo necesario, enfrascado en pensamientos y libros, las lecturas importantes que cambian perspectivas. Vivir otra vida que no es la suya, evitando las miradas, deseando ser el anarquista, el martir de la protesta silenciosa… estupideces.

He salido a fumar. Recordé a Pueblita, y sus amiguitos. Pueblita al que le gustaba molestar en clase, molestar a los otros, el grandote con dinero. Con una voz demasiado gruesa, y sus ya varios años de educación marista, privilegiada. Al que dejaban hacer por abusivo. No me había molestado, pero pensaba… sí, en esa protesta silenciosa y estúpida–. Que no me moleste, que no lo haga… que no se de cuenta que existo, que chingue a los otros chamaquitos y me deje en paz. No hizo caso de mi protesta silenciosa y pues, respondí como me habían enseñado, empujándolo y dándole una patada en el culo. Empezábamos los golpes, cuando entró Vignau, nuestro titular (profesor de religión y matemáticas, hermano marista de ochenta y tantos años), y nos mandó a su oficina. Pueblita en el camino se hizo mi mejor amigo, recordándome que estábamos jugando y que en ningún momento nos habíamos golpeado. Estuve de acuerdo con él, porque sabía que yo era una especie de extranjero en el fascinante mundo marista y él ya tenía sus años de abuso, ya sabía que hacer. Habían insistido tanto en mi casa para que entrara a esa escuela, como para que a mí se me ocurriera ser expulsado a las tres semanas de clases. –Debí dejar que me golpeara –pensé en algún momento, y luego me sonreí–. Nah, eso no va a pasar.

Pueblita y yo, estuvimos escuchando durante algunos minutos que podíamos ser expulsados por nuestra actitud, y que no mintiéramos, que estaban enseñando valores de honestidad como para nosotros tratarle de ver la cara diciéndole que semejante patada en el culo era un juego. Casi me ganó la risa. Nuestros jueguitos demasiado violentitos. A Pueblita se tomaron unos minutos para regañarlo especialmente a él. Algo mencionaron de sus padres, y de su pasado, y de que siempre era lo mismo. Hasta hoy, creo que comprendo porque estuve presente en ese regaño a él. Finalmente a Pueblita lo despacharon, y Vignau se quedó unos minutos conmigo para regañarme de manera individual… pero algo había en su mirada… y luego sonrió un poco, y trataba de continuar el regaño. Hasta ahora lo estoy comprendiendo. Es como lo que pasa con mis hermanas, y sus padres que procuran enseñar valores a sus hijas escondiéndoles mi presencia… y creen que no existe un karma, no creen en el río místico o no miran las señales… . Yo sé que todo se te regresa, si no es a mí, es a ti. Vignau estaba sonriendo, y tratándome como un hijo juguetón, y sugiriéndome–. Ándale pues, ya pórtate bien –como no queriéndome decirlo, como diciéndolo para conservar el decoro… porque conoció mi lugar en ese momento, sabía que estaba ahí por una razón. Un lugar que desconocía en aquel entonces pero suelo ocupar porque me gusta observar, porque miro las señales y porque de alguna manera… tengo un sentido muy anti-heróico de la justicia…

Vignau… creo que estaba contento de que tuviera el valor para darle la patada en el culo al mamón.