Si no me equivoco, este es el tercer post publicado con ese título. WordPress me corregirá de mi error en unos momentos, en caso de haberlo. Mientras estuve en mi sabático, descubrí que había un proceso importante dentro de escribir este blog: los procesos automáticos. Mientras edito ando pensando en escribir algo y los tijerazos a los videos, son los tijerazos a las palabras. Mirar las sonrisas, las vueltas, las minifaldas, los hombres envejeciendo, sus ojos… es como guardar una estrecha relación en cada cosa que hago con las letras que me aguardan. Esto es especialmente notable cuando estoy trabajando un proceso casi automático, y mi cabeza hace lo suyo. El escritor que se sienta por escribir, supongo que es una de dos cosas: alguien que ya tiene bien domado su oficio o alguien que esta aprendiendo. ¿Cuántas veces no hemos escuchado de los escritores que guardan un horario para hacerlo? Sin embargo, un proceso como pensar mientras trabajo automáticamente, ¿es parte del oficio? ¿Por eso es recomendable que el escritor tenga otros oficios o trabajos? Pequeñas dudas que me asaltan.

El motivo de que este blog se llame el de los mil nombres, es porque desde que lo empecé, ya me dedicaba a editar a los modelos. Para acelerar el proceso, me aprendía sus nombres y sus apellidos. Hacía juegos verbales con ellos, o bien, cambiaba sus nombres para que fueran cómicos o simplemente se escucharan distinto. Algunos de estos apellidos los conservo, y prometo utilizarlo para escribir un personaje con ellos. Un espacio tan multicultural como este, se presta a aprenderse distintos sonidos, accidentes lingüísticos, orígenes, palabras. Esto se aprecia especialmente cuando uno es testigo de una gama multicolor de nominaciones. “Mil nombres”, pensé, “mil nombres para escribir millones de cuentos, miles de personajes hablando distintas voces, miles de personajes actuando en diferentes historias y con la capacidad de atravesar mundos, tocarse unos a otros”.

Como la misma vida.

Tengo unos meses trabajando aquí, de vuelta y ahora que me veo frente a los rostros de antes, muchos de los nombres se me han olvidado. A veces veo sus caras y me espero unos segundos para ver si salta frente a mí, pero he perdido esa memoria. Aprenderse los nombres, me facilitaba mucho el trabajo y lo aceleraba. Tengo desde hace tiempo un sólo nombre que me molesta incluso en sueños: Gina. ¿Gina qué?, no tiene la menor importancia, pero para un hombre que consume sus noches en cigarrillos y pensar es uno de sus motores vitales, puede ser un pequeño infierno. Tal vez ya era hora de darme cuenta que no tengo veinte años, que mi memoria ya permite las fallas y prepararme para que continúe degenerando en unos años. No hay castigo más apropiado para un hombre como yo: Olvidar.

Tal vez, sólo necesite uvas… si, uvas.