El arte malo es más trágicamente hermoso que el buen arte porque documenta el fracaso humano.

Tristan Rêveur.

Al regresar a este trabajo, aún cuando tengo menos responsabilidades, me recordó partes fundamentales de mi persona. Desde el ambiente multicultural (con su variedad de acentos y educación) y las experiencias de épocas varias, hasta pedacitos de como me comporto cuando se trata de responsabilidades y mis sueños aspiracionales (un poco distintos al que se esperaría de un mundo publicitario, pero sueños al fin y al cabo).

Cualquier trabajo, para hacerte feliz, debe ofrecer estos sueños. Desde un burdo “quiero dinero para…” o “me gustaría trabajar para estos proyectos y ganar un poco más”, hasta los grandes como “quisiera hacer casting para películas extranjeras” o “desearía abrir mi propia castinera”. No en balde, la pobre muchacha a la cual reemplacé, sin experiencia alguna en computadoras o habilidades secretariales, se vio totalmente perdida cuando un hombre que había trabajado para varios programas de TV Azteca se paró frente a ella y preguntó por el foro para entrar al casting. Un sueño con patas. No pudo conservar la compostura y paró el flujo del trabajo simplemente para tomarse una fotografía con él (hermosos los celulares). Más tarde (mucho más tarde), se acercó a la directora de casting para pedirle su número de celular porque deseaba invitarle a cenar. Obviamente no se lo dieron y la corrieron muchos kilómetros a lo lejos.

Mis aspiraciones son sencillas, tan sólo quiero un poco dinero para el casorio. Eso y otro trabajo que tengo por ahí (la entrada fuerte), ayudarán a un buen inicio, o al menos, para una excelente luna de miel. Recuerdo aquellas noches de desvelo, mientras cortaba material y guardaba otro tanto, mientras armaba las ediciones y arreglaba sus computadoras, y otro par de cosas más… con un poco de nostalgia, me recuerda como hace cinco años era más ambicioso, más creativo, más extraño y algunos dirían que más pedante. A veces lo añoro, pero con eso basta.

Si me preguntaran cuales son mis sueños, los de verdad, diría que es una casita en alguna playa (no importa si es una choza o un cuadrito hecho con ladrillos), una mesita plegable y disfrutar un sano retiro, con la buena mujer a un lado, solecito y arena.

Me interesó en algún momento ser un escritor de mainstream o incluso, de alguna elite cultural (si eso existe), tal vez todavía persiste en alguna parte de mi espíritu… pero si eso no me llevara a morir tranquilamente en la playa, puedo abandonarlo y seguir escribiendo en un cuadernito. Tampoco me ha interesado trabajar en el cine o en el modelaje (adelgazar y cuidar la dieta, exige demasiado para un muchachito que un rato se murió de hambre) y las nalgas de una vieja son algo que se pudre, como toda la carne, como mi propia carne. Tantas mujeres he visto pasar en estos pasillos en todos sus niveles. Mujercitas de 10 que de un día a otro tienen 15. Mujercitas de 28 que aparentaban 33 y a sus 33 intentan desesperadamente aparentar 28. Los hombres me parecen más patéticos todavía. En días de lluvia, este es un mundo muy triste, como el mundo que se aprecia cuando viajas junto a otro en un camión o en el metro, porque ves las edades, ves los sueños esfumarse de los ojos de un minuto a otro.

La vida inmediata puede dar giros inesperados (me largué a otro país, conseguí un trabajo que nada tiene que ver con mis estudios, nunca esperé pertenecer a una institución de caridad), en todos los lugares, en todos los tiempos, del mundo… sin embargo, el fin es invariablemente el mismo. Si algo quisiera elegir para mí, dentro de toda la vida que aún me guarda y me espera, es dónde voy a morir. Si acabo en un departamento húmedo, lleno de periódicos, mirando nostálgicamente por la ventana concreto tras concreto, deseando haber estado en esa playa, le pediré a quien me acompañe en mis últimos momentos que me cuente de esa playa que tanto escribí, que haga el ruido de las gaviotas y de las olas, que me platique de cuantos metros cuadradas es mi casita, y el color de mi sillita plegable. No hay nada que pueda vencer la imaginación del hombre cansado y fracasado.

Si todo saliera muy mal, si esos giros inesperados concluyeran en mi soledad, tendría una revista de viajes a un lado y esperaría tranquilo, sentado frente a la mesa y con un cigarrillo consumido en la boca, el momento de abrir sus páginas y largarme de una vez.