Hace unos momentos, recibí la noticia de que mi tía estaba embarazada. Cuando mi hermano me lo dijo, pensé que estaría muy padre, porque así ya tendría un sobrino (o sobrina, obviemos el género por el momento). Mi hermano me corrigió y me dijo primo, pero en mi cabeza no entraba la idea. Ya estando más tranquilo, lo pensé y si, era más que obvio, lo mío era un primo, no un sobrino. Viví tantos años junto a ella, que pensaba en términos de hermanos y no otras jerarquías. Nos crió la misma mujer en lo básico, tal vez por ello pensaba en esos términos.

Mi abuela estará contenta. Otro chilpayate más.

Después de comentar la noticia con mi familia, empezó la cuenta de los años. En veinte años, yo tendré cuarenta y cinco y el sobrinito estará pasando por las neurosis de mis veinte (distinto contexto, pero adivino que lo mismo). Pensará que mis videojuegos son anticuados, tendrá un cuerpo joven y hermoso, se extrañará de tener un primo veinte años mayor que él que presume su segunda adolescencia, pero ya pronto se estará acercando a la vejez. Las distancias que nos separan, probablemente lo obliguen a viajar de Estados Unidos a México, a buscar información y saber más de su familia. Seguramente se educará así… nuestra familia se caracteriza por esa intensa y discreta búsqueda de las raíces. Hago ficción con el sobrino que aún no tengo. Si es una nena, será tan guapa como la tía, y los gringos católicos estarán babeando sobre ella. Pobrecita. Esperemos que en veinte años, se hagan populares las togas y los camisones de los tobillos al cuello.

Hace veinte años, mi madre tenía treinta, y trabajaba, tenía sus planes, una vida muy distinta a la de ahora. Aunque el tiempo pasa rápido, los cambios son impresionantes, sólo se necesita una hormiga en el lugar dónde no debía estar para que la historia se reescriba. Es una de las cosas que más duelen: la noción del tiempo. Uno llega a preguntarse dónde han quedado todos los años y no es hasta viejos, que tenemos la sabiduría para pensar que los años fueron bien vividos o un completo desperdicio. Todos los pasos que das te llevan al mismo punto, ese punto presente (el tiempo sigue corriendo, pero no lo suficientemente rápido para llegar al futuro, sin embargo sentimos como se diluye el pasado), al lugar dónde estas sentado leyéndome y yo escribiéndote. Es un mecanismo sutil y prodigioso, y tan falto de importancia. Fascinante e ilusorio. Sentirse dueño del tiempo es vital para no perderte en el mecanismo: mi vida antes de la muerte de mi abuelita, después de la muerte de mi abuelita. Mi vida antes de mi título profesional y después de ella. O como dijo Mario (y por lo cual no he evitado reírme varios después)–. Mi vida se separa en dos, antes del dolor de muelas y después del dolor de muelas.

Con los amigos hacemos esa cuenta de los años, cuanto tiempo tenemos de conocernos y mantenernos en contacto con ellos. Con la pareja practicamos las festividades de aniversario y con la familia festejamos los cumpleaños y los lutos. Sin embargo, creo que de verdad, para tener una cuenta precisa del tiempo y asombrarnos de ello, necesita explotar una nueva vida en algún lugar, una que signifique algo para nosotros y nos conceda el don de asombrarnos por los años y los sucesos. La palabra tío, por mi contexto familiar, me remite a las personas que son mayores que yo, que son más inteligentes, que pueden responder mis dudas y cuyas experiencias pueden completar la opinión de las mías. No me gusta la palabra primo, porque pienso que son como hermanitos con quienes jugar de repente y yo, veinte años después, a mis 45 años… ¿qué podré jugar? Prefiero ser el tío, porque a esa edad me verá como un don, como alguien a quien preguntarle cosas… una persona aburrida, que sabe poco de sus intereses, pero a la que puede acercársele en un momento de pequeña angustia.

Las vidas nuevas, nos ayudan a reconocer nuestro contexto y nuestro lugar en él.