Después de escuchar buena música o de presentarse en un concierto, y ser parte de ese efecto, dónde miles de personas gritan por el vocalista, el bajista o el percusionista… es cuando Fest hubiera deseado ser músico, para tener esa capacidad de explotar una ola de belleza en otras personas. Un asombro por algo hermoso. A Fest no le gustaría ser un músico para entretener, asombrar o amargar a otros… pero le gustaría serlo para producir algo bello. Sin embargo, a Fest se le dan mejor las letras (no tanto como quisiera, pero sigue escribiendo y eso es todo), y para provocar belleza en las letras, un efecto duradero capaz de evocar los recuerdos o modificar la percepción, se necesitan muchos años de trabajo y una sensibilidad enorme. No es de la noche a la mañana que nuestro artista preferido nace… es después de una serie de circunstancias, de vivencias, que pueden trasladar de manera implacable en lo que producen. Una tarea imposible para algunos, tal vez para todos. Tal vez lo único que logran son pedazos de un espejo, dónde algunas veces nos encontramos reflejados y otras no. No necesariamente amamos toda la producción de un artista, pero si una o dos cosas que pudieron hacer sus manos. Con un poco de complicidad, posiblemente queramos identificarnos con él, al punto de reconocer su vida y hacerla parte de la nuestra. Luego viene el impulso de hacer cosas como él, tal vez poesía o tal vez pintura, tal vez un guión o una película entera, en agradecimiento a la belleza que nos trajo a nuestra vida, a que cambió el color de nuestros ojos. Sin embargo, la vida del artista continua siendo suya y aunque la emulemos, sencillamente las diferencias nos separan de lograr los mismos resultados que él (o ella).

Probablemente, la continuación es la búsqueda de la propia vida. Una que vaya más allá de trabajar las ocho horas diarias y tomar un café para levantarse en las mañanas. Una vida con experiencias propias, con la capacidad de crear belleza nueva a otras personas.