Entender la caída de Fest por un agujero negro, tomaría explicar por qué un trabajador descuidado dejó la alcantarilla abierta y también, tomaría explicar la brutalidad con la que Fest esta acostumbrado a caminar en la calle y le impide ver cuidadosamente sus pasos (uno detrás de otro). A veces no es así –solamente las veces que recuerda a su abuela diciéndole: mira dónde pisas cabrón o podrías llenar tus zapatos de mierda–, diría Fest, justamente, que tenía un cincuenta por ciento de probabilidades entre caer en el agujero y entre mirar dónde ponía sus patotas. Había factores en contra: cuando se bajó del camión, efectivamente, miró los escaloncitos y también hasta que sus pies tocaron, gracilmente, el pavimento… el problema surgió cuando dio los siguientes pasos, cuando se subió a la banqueta, hizo su entrada triunfal como un peatón más de las calles y no se dio cuenta de la alcantarilla abierta. Desapareció como una caricatura, arrastrando sus ojos y su boca por el efecto que tiene la gravedad sobre esos cuerpos tan distraídos. Cayó, será, unos dos metros y medio bajo tierra, y cuando sintió el primer golpe contra su espalda e hizo ademán de levantarse porque creía haber terminado su descenso, el agujero pareció arrastrarlo más y resbaló, otros tres o cuatro metros. Ya cuando sus piernas, seguido de sus nalgas, golpearon una oscuridad inmunda, solamente miró arriba dónde la luz se estaba perdiendo y por el dolor, atinó a quedarse inconsciente.

En cuanto al por qué el trabajador de los sistemas de agua dejó la alcantarilla abierta, sería tan sencillo como explicar que era su hora de comida y que un demonio, de los ocho que se escaparon de la cabeza de Fest, intensificó su urgencia por el hambre. Llevaba ya varias horas revisando que no hubiera otros tubos oxidados y ya había cambiado uno que fugaba. Su uniforme azul estaba apestoso hasta dónde no existían costuras, su gorra ya estaba café en vez de azul y su cabeza, hacía mucho tiempo, había dejado de pensar que si hubiera estudiado no estaría nadando entre mierda. El demonio travieso alborotó un poco sus cabellos y conectó las neuronas adecuadas para que el trabajador mirara su reloj, sintiera un profundo hueco en el estómago y buscara caminando la taquería más cercana. Sobra decir que el demonio le quitó el sentido común, el encargado de guiar sus pasos a su casa y bañarse antes de comer, y el trabajador del sistema de aguas, algo hipnotizado, caminó llevando un halo de inmundicia a su alrededor. La gente sólo se tapaba las narices cuándo sentían su presencia cerca y murmuraban groserías relacionadas a la caca y a la basura, pero era pronto olvidado por las prisas y la vida. Ignorado y ya.

Surge del párrafo anterior otra duda que será brevemente contestada: Cuatro de pastor y una gringa. Así como los taxistas, los taqueros estan acostumbrados a encontrar de todo en la Ciudad de México. No era raro que atendieran a un trabajador apestoso.

El niño Torres cuando miró la desaparición de Fest, le pareció mágico y externó una ovación por la sorpresa. El agrado se notaba en sus ojos infantiles. Cuando miró que Fest no reaparecía por el agujero y se asomó, se dio cuenta que él se había perdido en la oscuridad. Le dio el curioso e inoportuno sentimiento de déjà vécu, se preguntó ¿dónde, dónde? y luego se echó a reír, porque le había parecido tan gracioso cuando Fest había desaparecido por el camino oscuro, la expresión en su rostro cuando la gravedad hizo lo suyo era algo memorable hasta el resto de sus días. Volteó para comentárselo al lobo rojo, pero el lobo tampoco estaba presente. Se sentó en el borde de la alcantarilla, miró abajo y preguntó iluso-. ¿Se encuentran bien? -lo hacía a ambos, porque desconocía que el lobo se había separado del grupo y en ese momento estaba disfrutando de una deliciosa comida llamada Flora. Se frotó las manos ansioso porque no sabía que debía hacer, si debía bajar, si pedir ayuda o si debía esperarlos. La gente en la calle empezó a detenerse para mirarlo, algunos pensaban que estaban contemplando a un niño que estaba al borde del suicidio o un niño que estaba muy aburrido. Torres se tomó la paciencia para explicarle a la gente que su amigo, el señor Fumador, se había caído. -Pues hay que buscar ayuda -habrá dicho alguno y se extendió afirmativamente, por la ola de cabezas que se juntaban alrededor… sin embargo, ninguno de ellos se movió. Ni siquiera Torres, que sentía por primera vez la angustia de perder algo que había estado con él y encontrarse solo.

Quien sabe cuánto tiempo habrá pasado, hasta que Torres decidió bajar por unas escaleras oxidadas y negras, que parecían fusionarse con la oscuridad a medida que se hacía más profundo el hoyo.

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Cuando despertó, lo primero que hizo fue palparse las piernas, esperando que ninguna de ellas se hubiera deformado o quebrado más de lo debido, al darse cuenta que todo seguía en su lugar y estaba solamente húmedo por la extraña razón de que todas los desagües lo estan, asintió tranquilo. Luego hizo silencio para escuchar los ruidos de su estómago y sus pulmones, esperando que ellos le dieran indicación de alguna hemorragia o algo, pero el doctorado en medicina casera de Fest no le dio más que una vaga seguridad de su bienestar y se conformó con ello. Tal vez, la única queja que podría tener, sería la de sus ojos, que no podían percibir nada, ni siquiera la luz vaga que había visto cuando estaba cayendo, pero lo culpó todo a la oscuridad y no a una ceguera histérica. Se palpó los bolsillos, en uno de ellos estaba el celular y en otro la pocket pc. Asintió agradecido de ser un esclavo de la tecnología, ya que tenía dos vías para distraerse en lo que se le ocurría como salir de ahí, inclusive había posibilidad que lo pudiesen rescatar mandando un mensaje o marcando al 060. Sonrió intranquilo. En los bolsillos de su chaleco se encontraba la cajetilla de cigarros y cuando empezó a detectar los olores asquerosos a los que estaba sometida su nariz, apuró a prender uno de los tres que le quedaban y fumó tranquilo, notando que todo estaba tan oscuro que apenas veía la punta de su cigarrillo quemándose despacio. No es que debiera hacerlo intranquilamente, pero… se dio cuenta de una verdad inalterable que había permanecido escondida en su corazón desde que se hizo adulto.

Tenía miedo a la oscuridad.

Entonces Fest, concentrándose en el punto del cigarrillo, empezó a razonar el temor a la oscuridad. Sabía que era susceptible como cualquier otro ser humano a quebrarse en cualquier momento y la única manera de evitar que ese momento llegará más pronto que tarde, era primero darle una razón de ser al miedo. -¿Por qué le tengo miedo a la oscuridad? -se preguntó apenas audiblemente y Fest se contestó que podían ser las alimañas que salían de noche, las sombras que pretendían ser arañas, los alacranes que se escondían en las esquinas húmedas o las cucarachas que podían abrir las alas en cualquier momento y saltar en la cara. Su cara. ¿Entonces le tenía miedo a la oscuridad o le tenía miedo a los bichos? Se quedó un rato pensando la respuesta, concentrándose siempre en el punto débil que tenía de luz en las cenizas casi muertas del cigarrillo, y la única respuesta coherente que se le ocurrió es que uno era un producto de lo otro. Que los bichos saldrían tan pronto alguien apagara el interruptor de luz y que la luz engendra en su centro, dónde todo es más negro, cien bichos con cada llamarada. Le temió irracionalmente a su cigarro, porque le asaltó la idea estúpida que millares de insectos empezaran a salir de él con cada fumada. Para confirmarlo, sintió un sospechoso cosquilleo en la rodilla y escuchó ruidos unos metros adelante de él. Se convenció de que podía ser una rata y a las ratas no les tenía miedo. ¿Y el sonido, qué es eso que escuchaste Fest?, se respondió que probablemente era el sonido del cigarrito quemándose. Nada más. Racionalizar el miedo le era esencial.

Pronto se acabó el cigarrillo.

Cuando se acabó su punto de fuga, decidió seguir con las preguntas y respuestas que eran producto de la deliciosa imaginación que sólo podía desarrollarse al quedarse a oscuras. -¿No será que la oscuridad es porque algunos bichos tragan luz? -se cuestionó triunfalmente y luego se hizo una mueca por algo tan idiota. -¿No será que la oscuridad es un ciempiés enorme que pasea frente a nuestros ojos y eso es lo que no nos permite ver nada? -se hizo otra mueca, si continuaba así, pronto dirían que era más estúpido que un rancherote viajando por todo el mundo en botas vaqueras y esperando de él un ápice de diplomacia. -¿Podría ser posible, sin embargo, que un ciempiés grandísimo se esconda entre toda esa negrura? -Fest ya no se respondió con una mueca, pensaba que eso era una posibilidad, así como podía ser que un cocodrilo gigante estuviera escondiéndose allí adentro, con él, esperando que entregara su mano. Sintió más ansiosamente su rodilla y cuando lo pensó objetivamente, se dio cuenta que en verdad algo estaba encima de ella. Pasó un manotazo, humedad y una textura peluda le rascaron su dorso. Quiso abrir la boca para externar la molestia pero el miedo irracional se lo impidió. -Si abro la boca -se dijo-, alguna otra cosa podría meterse. Quedaban dos cigarros en la cajetilla, no podía desperdiciarlos. Sacó el celular, apretó el asterisco y miró por la pantalla que su batería estaba en la línea roja. -Bueno, para la otra, antes de meterme en una aventura tan estúpida, ¡tengo que cargar el puto teléfono! ¡PUTO CACTO DE MIERDA! -exclamó-. Deja de gritar, ya pues, ya… deja de gritar. Eso no resolverá nada, Fest.

Apareció un letrero de batería descargada, luego el logotipo de la compañía de celular y la pantalla se esfumó.

De haber tenido batería suficiente, le hubiera mandado un mensaje a su novia, o a su hermano. Incluso había pensado mandar un mensaje al 3467, con el texto: “Sé que hace mucho no te hablo… Por favor, sácame de esta”, pero finalmente ganó la razón diciéndose que era adulto y que podía sobrevivir a la oscuridad, a la inmundicia, a la imaginación, a su propia neurosis. Todavía podía levantarse y caminar. Pronto desechó la idea cuando recordó que uno de los consejos era que si alguien se perdía, debía quedarse quieto exactamente en el lugar que se perdió, para que lo hallaran más rápido. Eso también se le hacía una gran idiotez, ¿cómo podía una persona perdida, comunicar a la persona no-perdida, del último lugar en que estuvo? Con señales de humo, pensó convenientemente, debo encender otro cigarrito. Se fue a los beneficios que eso representaba y era que la liberación estúpida de dopamina le permitiría no sentirse tan ansioso adentro de ese lugar y la otra es que tendría un punto de luz dónde concentrarse. Sigue pensando Fest, se dijo, no te detengas. Pero se detuvo, porque la oscuridad era similar a la hoja en blanco del escritor, o al lienzo en blanco del pintor, o a la partitura sin notas del músico… podían haber muchas ideas, pero no pasaría nada si no tenía la tranquilidad de meditar en medio de su desesperación. Tenía que temer hasta romperse, para intentar moverse después. Finalmente, sacó la cajetilla resignado y supo que no tendría nada más en que pensar, mientras se fumara ese cigarrillo, o el siguiente, o esperara a que la pila de su pocket pc también se diera por terminada. -Cuando se acaben las luces, entonces me pondré de pie y seguiré caminando -dijo convencido después de prender el otro cigarro.

Miró en silencio el punto final de su cigarro consumirse y esperaba que alguien le rescatara antes de tener que enfrentarse a la oscuridad, solo.