Fest ha pensado que sería buena idea prepararse un café. Desde hace unas semanas, tiene un serio antojo de tomarse uno de Starbucks, lleno de azúcar y calorías. O ganas de acercarse a una tienda de grano y oler, sentarse y oler, ojalá que cuando el impulso sea irresistible, le permitan llevar una libreta donde anotar las sensaciones. Extraña, también, el cafecito de la Narvarte dónde por diecisiete pesos se tomaba un capuchino con cajeta. Eso lo hacía en algunas noches, cuando le alcanzaba el dinero, cuando los proyectos no cesaban de empujarse los unos a los otros en la cola de FIFO (First in, First Out). Hace un momento, cuando salió a caminar, sintió el frío y el humo del cigarro raspándole la garganta, lo primero que pensó fue que un café hubiera completado el cuadro. Sostenerlo con las manos y sentir la humedad creándose entre ambas temperaturas, la de su piel y la del unicel. El momento es agradable de sólo pensarlo, acercar la nariz y permitir que el aroma haga lo suyo, que el aroma evoque y una sonrisa involuntaria ilumine su rostro.

Fest se ha dado cuenta… Fest es un hombre lleno de melancolía.