Si mal no recuerdo, en una plática entre mi tía y mi madre, hablaron un poco de mi abuela. Algo que escuché y me llamó mucha la atención, es que en su pueblo le llamaban la coneja y se burlaban de ella por su tez blanca. Mi abuela fue una persona humilde, de ser la que no estudiara en su familia, pasó a la que hacía todas las tareas de la casa. Su segunda familia, cuando su padre se casó de nueva cuenta, no dejaba de molestarla con lo blanca, lo pálida, lo débil que se veía por su falta de bronce. Finalmente, y no se como, mi abuela acabó como sirvienta en la ciudad de México. Hay muchas historias al respecto y creo que ya he vaciado la mayoría en este pequeño descanso. La coneja… tiene unas implicaciones muy curiosas esa pequeña burla mexicana, una mujer de tez blanca, de rasgos finos, haciendo de sirvienta y corriendo descalza por el pueblo, persiguiendo conejos, haciendo las tortillas, recibiendo los golpes de su papá, quien, por cierto, también era de tez clara. Eso me hace entender un poco porque mi abuela, y mi madre después, tenían cierta renuencia a que tuviese una novia morena.

Sin embargo, aquí juega otro papel. Soy hombre, criado en una sociedad mexicana, y además de tez clara y rasgos europeos (lo que no quita que sea tan mexicano como un nopal). Eso me hace pensar, ¿qué rasgo se presenta primero cuando me ven? ¿Mi sexo? ¿O el color de mi piel? Eso no es todo, también me hace pensar qué puertas se me han abierto o cerrado por algún impulso inconsciente, o muy consciente, de discriminación. La verdad pensar en el tema me molesta un poco, me hace sentir incómodo, porque he guardado de chiquito las ganas de defender las causas nobles y supuestamente, la lucha contra la discriminación es una de estas causas. Pero… ¿qué? ¿Y si este sentimiento lo guardo porque soy hombre, o porque soy blanco, y porque no he sufrido tanto como otro, y mis experiencias no se ajustan para defender esta causa? De chiquillo siempre tuve amigos de todos los colores y sabores (a nadie se le ocurra pensar que “sabían saladito”) y todavía hasta unos seis o siete años, pensaba la idea de que México era un buen lugar por su variedad cultural y porque estas diferencias de color, o esas diferencias notables, no rompían con la armonía. O al menos con mi armonía.

Algo sucedió que empecé a ser más consciente de que los rasgos físicos (y también, la educación individual) convierten el cuerpo en un arma o una herramienta de trabajo, de negocios o bien, una manera de dominar. Tal vez mi consciencia empezó al darme cuenta de la cantidad de palabras que había para hablar de un lisiado, de las más bonitas a las más feas, y de que hasta tenían unas olimpiadas y cada deportista en ellas, obligadamente tiene que ser una historia inspiradora. De mirar en los medios como los homosexuales se destapaban cada vez más y necesitaban hacer ruido, vestirse de todos los colores, marchar en las calles a ritmo de trance y techno. De ver incontables comerciales y anuncios en la calle como las mujeres son maltratadas y abusadas, física y psicológicamente, todos los días y, que loco, ahora esto también empezaba a pasar en hombres. También pensando un poco más en las palabras de mi abuela, que conmigo no sé, pero me contaba todas sus opiniones políticas y educadoras, y yo las escuchaba muy atento, por ejemplo cuando leía alguna noticia roja de algún asesino, siempre me decía–: Esto no pasaría si las madres educaran bien a sus hijos. Si educan bien a las madres, que son las que pasan todo el día con los chamacos, tendrían buenos hijos… pero es que ahora sólo tienen mierda en el cerebro. Yo asentía un poco inocente y me pregunto, hoy en día, ¿cómo hice para pensar que la educación debería de venir a dos personas? ¿Cómo hice para abandonar el concepto de que solamente las madres deben hacerlo?

Puede ser que ahora que he crecido un poco y que vivo otra situación muy diferente, puedo poner en duda la educación base. Puedo darme cuenta de que mi abuela siempre tuvo buenas intenciones, sin embargo, no todo lo que dijo me es útil. Eso duele un poco, así como duele un poco estar consciente del lugar que uno ocupa en el mundo de las imágenes, e incomoda. Pero también, es fascinante descubrirse uno como persona, siento que abandonando la incomodidad que a veces me provoca ese tema, podría descubrir algo bueno y siento que la manera de luchar contra ello, es explotándolo, hablar de ello, hablar de lo que uno siente honestamente.

Algo así.