Estuve a punto de escribir la palabra holores, en vez de la correcta. Por supuesto, si alguna vez lo digo en voz alta, no se darán cuenta de mi error. Y mejor aún, si holemos, es imposible que se den cuenta de ello. Horacio Oliveira, personaje canon de la literatura juvenil, agregaba h a las palabras que de alguna manera, le daban dolores de cabeza. Palabras que se quedaban en su lengua, en su cabeza, y a través de la letra muda, retumbaban constantemente como la sirena de un coche de bomberos, a menos que su neurosis se ocupara en otras cosas (en algún otro ínfimo detallito). Es por eso que me relaciono con Oliveira, es por eso que muchos jóvenes neuróticos e indecisos del futuro, incapaces de abandonar el pasado que significó su juventud, se relacionan con él. A pesar de que en Argentina se habla de la caducidad de Rayuela, por las situaciones políticas y sociales que encierran al personaje, a razón de profundidad y pensamiento es fácil identificarse con él, al menos en cierta etapa de la vida.

Si tuviera que hablar de olores, los que me persiguen de esa manera obsesiva, son aquellos que pertenecieron a mi infancia y que evocan a la memoria de esos días primitivos que se pierden aun más a medida que pasan los años. Me hace pensar que son aquellos aromas que en alguna mente sustancial, inteligente, enferma y neurótica, evocaron siete tomos de recuerdos. Asakhira me invitó a hacer una lista de olores para agregarlos a un catálogo, y según el creador de la cadena original, estos olores no deben repetirse. Al leer los de Asakhira me encuentro en común con muchos olores que hubiera querido agregar a mi propia lista y sin embargo, no podré hacerlo porque alguien los olió antes que yo y no soy el creador, a pesar de que un niño confundido en mi pasado continue creyendo que ese descubrimiento olfativo es suyo, y suyo nada más. Lo mejor que puedo hacer, es intentar recrear estos olores.

  • Cuando abría una bolsita de plástico, conteniendo dinosaurios o soldaditos de más plástico. El olor a nuevo de estos juguetitos siempre me ponía contento.
  • Licuado de plátano con chocolate. Fue lo que desayuné todos los días, durante quince años de mi vida. El olor me recuerda a la escuela y de manera curiosa, al deber.
  • Olor a zapatos nuevos. También crecí con ello. Es por eso que a veces, no puedo pasar por una zapatería sin acercarme a oler un zapato.
  • El olor de los cigarros sin fumar. De niño olía las cajetillas de cigarro de mi madre y descubría que el olor era placentero.
  • El gas de los encendedores, me llamaba mucho la atención liberarlo del encendedor y darme cuenta como tenía un olor característico.
  • El mismo perfume siempre, entrelazado con el estambre de los suéteres de mi abuela. No sé el nombre del perfume, sin embargo, cuando lo huelo en la calle siempre llama mi atención.
  • El olor de la boca de la primera chica que besé a los seis años. Olía bastante mal. Una combinación de leche descompuesta y pistache.
  • El olor a mentolado de la boca de la primera mujer que besé. Ella tenía treinta y un años, y yo diecisiete.
  • Los olores de un cuarto encerrado con alfombra, donde hace calor. De alguna manera me hacen sentir como en casa, cuando la mayor parte del tiempo he vivido en lugares fríos.
  • El olor de mi sudor y de mi sexo, la primera vez que me masturbé. Es un olor que se fue después de algunos años, rara vez me golpea e inmediatamente me pone alerta.
  • El olor de un pino húmedo, de tierra mojada. Para un citadino, ese olor es muy poderoso.
  • El olor de Sol. Supongo que las hormonas funcionan, por más que uno deseé negarlo.

En cierta manera esta es una cadena, si quieres contar tus diez aromas porque lo viste aquí… adelante, nada más déjame una liga y avísame si respondiste, para darme una vuelta y alimentar al voyeur que tengo dentro.