…siempre pienso en un pasillo, un pasillo enorme, el cual voy a tardar mucho tiempo en recorrer caminando. Es mi último descubrimiento y el mejor de todos. De esa manera, puedo quedarme dormido rápido y puedo enfocarme en pensar una sola cosa: solamente caminar. Si tengo algún problema, algo que resolver, entonces agrego una puerta al pasillo y continuo caminando. Si sucede que pasó algo en el día que me sorprendió, o que me molestó, también agrego una puerta. A veces mi pasillo son dos hileras de puertas, muchas puertas, y si por alguna casualidad terminan las puertas, entonces convierto el pasillo en un círculo. Así continuo caminando. Cuando estoy entrando a la primera etapa del sueño, entonces el pasillo puede convertirse en un jardín o en una casa, en ese momento, todavía consciente, descubro que ya estoy entrando al sueño. Sin embargo, al contrario de mi manera anterior de dormir donde solamente cerraba los ojos y rogaba porque mi cerebro se cansara, y los pensamientos se callaran, no me canso tanto (no hay un shutdown) y es así que puedo despertar fácilmente con algún ruido repetitivo o un movimiento abrupto. Y entonces, ya que trato de retornar el pasillo, si no estoy tranquilo, no puedo volver a dormir.

Pensándolo relajadamente, dormí durante tres horas, o dos y media, y según los que saben, un sueño tranquilo de esa cantidad de tiempo puede ser suficiente para que el cuerpo trabaje sin problemas unas seis o siete horas. Ehm, ¿según los que saben? ¿Y quienes son los que saben? Bueno, la verdad no lo sé y si lo leí en alguna revista de curiosidades, no recuerdo cual. Creo que esos artículos los hacen para calmar el espíritu de los neuróticos como nosotros. Probablemente si me voy a dormir en este momento, despierte hasta el mediodía un poco confundido, preguntándome donde estoy, qué hago aquí y terminaré por revisar mi muñeca, do you remember Sammy Jankins?

Me despertó un perro ladrando y eso me hizo salir a revisar. Me fumé un cigarrillo, me tomé un vaso con agua y esperé un par de minutos. Cesaron los ladridos agudos, molestos, de algún perro pequeño. Entonces me senté en el sillón, adopté una postura zen y miré a ningún lugar en particular, todo a oscuras. Me dije que guardaría la posición hasta que el perro empezara a ladrar de nuevo o hasta que descubriera el motivo de su descontento, porque es así, que los perros luego saben cosas que a uno le gustaría intuir siquiera. Igual que los cactos, supongo. Oscuridad, postura zen, empecé a contar segundos y cuando todo se hizo un mar de tranquilidad, un nuevo pasillo para entrar a un sueño consciente, una bolsa de papel empezó a crujir. Me acerqué a ella y descubrí a un ratón medio embrutecido, algo le habrá pasado antes de encontrarse conmigo, lo empujé a la azotehuela, tomé una escoba y le crují el craneo, después tomé una bolsa, lo metí allí adentro y lo tiré a la basura. Cada que mato ratas me acuerdo un poco de mi abuela. Me acuerdo de los departamentos de la Narvarte, que a veces tenían un serio problema por la cantidad de ratas y alimañas que aparecían por ahí. Fue en ese lugar que empecé a encontrarme con mis amigas las arañas de caño. Unas arañas enormes y negras. Yeck. En el departamento de la unidad, a veces se cuela uno que otro ratón, a veces hay cara de niños, cucarachas gigantes, y una vez tuve el honor de matar un escorpión negro que me metió un pinche susto… estoy tan acostumbrado a la ciudad que nunca esperaba encontrarme con un escorpión y fue mi primero, de casi once años (aun con sus recesos) de vivir ahí. Sin embargo, aun después de tanto tiempo, todavía no puedo acercarme a un insecto (o a un arácnido) para matarle.

Este fin de semana me compré tres pantalones y me regalaron unos zapatos, unos Caterpillar, de esos grandotes, pesados, que duran años. Siempre quise unos de esos y cuando se dio la oportunidad la aproveché. Ahora que no soy productivo económicamente tengo que aprovechar esos destellitos, comprar lo práctico. Mi abuela actuaba en base a que no se compraba nada que no fuera comida en momentos de necesidad, que si se compraba algo debía hacerse cuando había dinero y debía ser algo duradero. En ese aspecto soy bastante práctico, siempre y cuando sea algo práctico (como unos zapatos o ropa). Sin embargo, cuando es un antojo… soy igual que mi madre, o que mis tíos, y el dinero termina escapándose de poco en poco hasta que es un chingo. No solamente porque he vivido la angustia de sus deudas he decidido no tener una tarjeta de crédito en mi vida (al menos no ahora y no en los próximos diez años), sino también porque tengo algo de su mala educación para los gastos. Ahora que he vivido como amo de casa, yendo de un lado a otro pagando deudas, me he dado cuenta de lo gravísima que es la palabra “intereses” y el doble filo de la palabra “crédito”. Aunque es difícil pensarse sin una de esas cosas en estos días, ¿no?

Ayer me preguntaron qué pensaba hacer de mi vida, qué pensaba hacer después de terminar mi carrera. Si entonces me animaría a buscar una editorial o si me dedicaría a dar clases. No supe que responder. Me gusta el trabajo de profesor porque he vivido como alumno y he aprendido a respetar a esos hombres, me he dado cuenta del cariño que se les tiene y he descubierto las enormes diferencias que pueden hacer. Es increible como un profesor se puede quedar grabado en la mente de un alumno hasta los límites del absurdo. Y una editorial, si como no, me gustaría trabajar en ello, me gustaría pelear por un lugar en las letras mexicanas impresas en papel y tinta, quien sabe, igual hasta internacional, y después encontrarme en el embrollo de vender mis libros, de aguantar gente mamona hablando de sí misma, de aguantarme yo, como no, escribir rete hartos artículos en rete hartas revistas, conferencias y lecturas, todas esas cosas. Y se pueden hacer ambas cosas, ¿no es así? Sin embargo, ayer que me preguntaron, sólo supe responder que no estaba seguro, que no era fácil y que, de verdad, no me gustaría tener una tarjeta de crédito.