Y muerdo también. Cuando uno tiene hambre, suele tomar el primer bocado que encuentre y morderlo. Si te encierran en un sótano y no te dan de comer en tres o cuatro días, lo primero que te vas a morder es la mano y así no te mueres. Morder y morir, muerdo y muero. Hey, no es por ser mala onda, pero es la verdad. Antes de ir a la cocina a buscar comidad de verdad, estoy evaluando las probabilidades de qué voy a encontrar y esas probabilidades, las cotejo con lo que de veras se me antoja. Y digo cotejar porque no hemos hecho super, si no, ya hubiera ido a la cocina y a acabar con las decisiones de mierda. Una decisión complicada, decisión que afortunadamente la computadora retrasa. También, he pensado primero en poner agua para café y salir a fumarme un cigarrillo, en el camino echarle una ojeada rápida al refrigerador, analizar rápidamente mis posibilidades culinarias y luego, cuando esté mirando la ventana y el humo del cigarrito yéndose al cielo, también estaré tomando la decisión definitiva de la comida.

El sábado mis vecinos del departamento de arriba estuvieron emborrachándose todo el día. El partido de México los tenía bien emocionados. A mí también, digo, hasta que Borgetti por emocionado también nos metió el autogol. Pero de alguna manera, a todos nos quedó la impresión de que fue un emocionante y bonito partido de fútbol. Me enojó que no ganáramos pero el gol que metió Argentina fue… pues, precioso. Ni que decirles. Y me divirtieron tanto las caras que hizo Maradona los primeros noventa minutos de juego que hasta llegué a pensar que valió la pena. Cuando terminó, mis vecinos continuaron emborrachándose y discutiendo de religión y política (lo sé, porque cada vez que salía a fumar se escuchaba clarito lo que discutían). Cuando nos dieron la una de la mañana, ya solamente se escuchaban la voz de un hombre y de una mujer. El hombre estaba deshecho, pregonaba en voz alta que no entendía porque la gente estaba orgullosa de México si habían ido a perder, que era inexcusable que perdiéramos por el maravilloso triunfo de la sub-17, que por eso estábamos como estábamos, que el país se estaba yendo a la mierda porque la selección nacional perdió el partido, que él no se sentía parte del común y se lamentaba por ser diferente, por decir la realidad: vamos a perder. Borracho mala copa necio.

Entonces la mujer de una voz un poco áspera e infantil, una voz divina, le soltó un discurso muy bonito–. ¿Te crees muy chingón diciendo esas cosas? No mi amor, no. Yo soy mexicana, igual todos somos mexicanos. La mayoría no sabíamos si íbamos a ganar ese partido. Es cosa de esperanza mi amor, solamente esperanza. Somos millones de mexicanos que vimos ese partido y esperábamos ganar, nos dio alegría y nos dio diversión. Eso fue. ¿Y tú te sientes diferente? ¿Te sientes chingón por tu pinta de diferente? No mi amor, nada de eso. Todos pensamos igual que tú en algún momento, pero vemos el partido con esperanza y diversión.

De haber sido su marido, le hubiera besado salvajemente en ese momento y hubiéramos fornicado en las escaleras del edificio. No por el discurso, si no por la voz que tenía. Un poco áspera e infantil, pero que entra suavecito y causa reverberaciones en los muslos y las pantorrillas, en el estómago. Se quedaron calladitos y a mí solamente me quedaba un poco de cigarro. Suspiré al aceptar que mi entretenimiento había terminado. Que ganas de sentirse diferente, que ganas de amargarse, que ganas de demostrar los huevos que tiene uno para afrontar la realidad que duele, solamente una realidad posible de muchas. Y es que lo entiendo perfectamente, después de todo… yo también soy medio amarguetas.

Llevo media hora escribiendo esto. No he terminado de decidir que voy a comer. Será mejor que le ponga un punto final a esto y muerda algo, antes de que me declare incompetente por inanición.