Un último vaso de coca cola, otro cigarrito y ya. Un videito porno, no hay bronca. Sigue platicando con la morra, y ya te vas a jugar Resident Evil IV, Bob. El tipo le quería dejar la falda y es que… si, es distinto, es distinto tomar a una mujer que aún tiene la falda puesta, o que tiene el calzón a medio muslo, o que tiene media blusa tapándole la cara. Puede que sea la sensación de urgencia, o la suciedad que implica llenar de fluidos lo que uno lleva al mundo externo como una segunda piel, el armazón, la ropa que cubre nuestras “vergüenzas” y nuestros “triunfos” biológicos. Lo dicho, en el video la chica se puso de nuevo la falda, ¿Ves? Siempre tengo razón Bob. Nada más termine el video, dejaré de escribir esto, saldré a fumarme un cigarro y me despediré del messenger, baygón verde, ya me voy a dormir, Baygón Verde (TM) que si no es Raid (TM). Y no será cierto… estaré jugando Resident Evil IV, y escucharé a los zombies decirme que “Me harán picadillo”, “Os voy a hacer pedazos”. Que no he pasado de las hermanitas que tienen sierras eléctricas, se ponen bien perras, bien premonstruosas. El tipo casi ni se mueve, es un huevón, y la chava bien emocionada permite que su cola de caballo vuele. No tiene sonido, pero seguro pensó: Voy a gritar como una estrella porno de verdad. Lo digo por el gesto. O puede que esté conteniendo los gemidos, esos gemidos chiquitos que me inspiran escalofríos, que me dan ganas de tirarla a la cama, Bob, levantarle la cadera y babearle la nuca como un perro. Sigh. Esto de ver videos porno ha perdido su chiste, antes era más divertido. Y la morra del messenger se despidió antes, me ha ganado la frase: “Me largo a dormir”. Me encanta despedirme, me encanta cerrar mi vida electrónica, Bob. Y en unas horas será domingo, no habrá nada que hacer, solamente diseñar una página electrónica. Thanks for sending me to college, Dad!!!, dice el supuesto video amateur al final y asiento pues. Yo nomás cierro los ojitos y pienso: Ojalá que mi hija no haga eso… porque estoy casi seguro que será primogénita. Y en parte me tranquiliza, porque no tendré que jugar o hablar de futbol con él. Nada de futbol, Bob, porque de futbol no sé nada y si se vuelve uno de los hobbies de mi escuincle, ¿qué podría hacer? Peor aún, que mi hija fuera jugadora y una acérrima fanática del futbol, entonces podría vivir con el estigma social, uno de esos que son bien pendejos pero que todo mundo los cree: “Todas las viejas que juegan soccer son lesbianas”, “Todas las jugadoras de soccer son bien machorras”. O peor aún, se volvería una de esas fanáticas que obtienen sus quince minutos de fama por alzarse la playera en el momento indicado, o por correr desnudas por el ángel de la independencia mientras celebramos que México pasó a los cuartos de final. Y medio México, salvaje por la cerveza, por la victoria de su equipo, con su fálico milenario, buscaría pellizcarle una teta (Dios no lo quiera). Irónico… traigo una sudadera azul y una playera amarilla –los colores del América–… es cierto Bob, ¡no sé de futbol!

Se terminó el video. Mejor me largo a dormir y me convenzo de que cuando llegue, será niño… Bob.