May me ha invitado, por messenger, a responder el meme del “Soundtrack de mi Vida”. Eso ya lo hice alguna vez, hace ya tres años (yikes!), con dos caguamas encima, y aunque no me gusta releer esa anotación en particular, por la manera tan lúdica en la que numero varias mujeres con las que tuve un quever un día o dos o una semana, básicamente es un resumen de canciones que me recuerdan momentos específicos de mi vida. Veo esa lista de canciones ahora y me doy cuenta que, a veces, esas canciones ya pasan desapercibidas y no me transportan mágicamente al mundo de los recuerdos o a una nostalgia exacerbada, como insiste mucha gente que la música hace. Sencillamente, a veces son sólo ruido de fondo y tal vez mi subconsciente elabora algo a mis espaldas, mientras las escucho. Será, tal vez, la última canción (El Adagio de Albinoni), lo que hace la vida un poco insoportable y cada que vuelvo a escuchar esa pieza, por lo general me la salto y trato de olvidarla.

No soy un fanático empedernido de la música, de los géneros, de los sonidos nuevos, de las nuevas revelaciones o de la música underground. No conoceré como Salvador Leal lo que estoy escuchando… aunque definitivamente es posible que me obsesione con una canción y vuelvo a tocarla varias veces, hasta que se me olvida o cuando la obsesión pasa.

He pensado que las canciones que me gustan se han compuesto ya de historias o de canciones que yo no elegía para adornar mi ambiente. Me es muy grato escucharlas porque me recuerdan historias increíbles, por ejemplo, el soundtrack de Cowboy Bebop por la serie en sí, o la música que compuso Nobuo Uematsu para los Final Fantasy, juegos que me obligaron a jugar durante fines de semana de vacaciones enteros, obsesivamente, hasta terminarlos, hasta desenredar la historia en ellos. Es así, que Iva Zanicchi y “La riva bianca, la riva nera”, me trae el recuerdo de Padre Taxi, y Sexual Democracia, y Sui Generis, eran lo único que escuchaba gracias a Patty Farias, quien me acompañaba virtualmente en esas madrugadas sin descanso. Es también el caso de casting, donde la música ochentera se escuchaba cada vez que Jorge Carrillo quería recordar sus buenos tiempos y la música me agradaba cuando me sentía bien, entonces solía preguntarle quien era tal o quienes habían cantado qué y por qué. Y él me contaba entonces anécdotas, grupos ochenteros, en qué antro las había escuchado o si esa canción era capaz de levantar gente, mezclándola con algo actual. No soy fanático de los Beatles o de Earth, Wind & Fire por elección, soy fanático porque formaron parte de tiempos bonitos en mi vida. Igual, el Cryztales y el Cheques, me enseñaron las bondades de la música guapachosa, del ska, el rock mexicano de verdad y del heavy metal, mientras nos tomábamos unas cervezas y continuábamos trabajando a deshoras. Si me gusta “It wasn’t me” de Shaggy, es porque Alfredo bajó el video en la oficina y pasamos un buen rato riéndonos de como el cabrón intentaba escapar de la mujer, que estaba dispuesto a pulverizarlo por su infidelidad y su desvergüenza.

Por mis tíos puedo escuchar tanto Timbiriche y Luis Miguel, como Pink Floyd y Guns & Roses. O Tracy Chapman, Elton John, Phil Collins y Jewel. Si puedo escuchar a Raphael, a Fausto Papetti, a Donna Summer, a Isabel Pantoja, a Sandro de América, a Leonardo Flavio, a Nicola Di Bari, a Mendehlsson, Tchaicovsky y a Mozart, es porque a la abuela le habían grabado sus cassettes en la casa, campechaneados con LP’s y CD’s, que apenas se estaban popularizando y eso escuchábamos en el puestito del mercado, mientras esperábamos a las clientas, a las marchantitas, a que David terminara su tarea para jugar conmigo. Puede ser contradictorio, y espantoso para algunos, pero “Se me enamora el alma” trabaja en mi subconsciente tan eficazmente como el unplugged “The Man Who Sold The World” o “Rape Me” de Nirvana. Canciones que recuerdo por la preparatoria, porque el primer chavo que se hizo mi amigo en el CUM (cuyo nombre no recuerdo) era fanático de Nirvana y me dijo de Kurt Cobain, y de la terrible pérdida que tuvo el mundo de la música. Y la preparatoria me dejó Offspring, el album negro de Metallica, Blur, el U2 de finales de los noventas que Armando desconoce y Fobia. Será que me alegro al escuchar “Gatos en el balcón” de Fey, no sólo porque le gustaba a uno de mis tíos, sino porque una vez modificamos la letra en la preparatoria, y se la dedicamos a unas “gatas en el balcón”, que estaban visitando la escuela en ese momento.

Fue que la secundaria estuvo lleno de cumbias y de salsas. Será por eso que recuerdo las faldas de los uniformes moviéndose, y yo envidiando la capacidad de bailar de tantos, de muchos, de todos. Será que una niña se burló de mi cuando intentó enseñarme a bailar. Una gordita fácil, que se emborrachaba y decían que cogía con cualquiera (menos conmigo, no estaba tan urgido). Hace algunos años la vi, vendiendo zapatos en el tianguis de Santa Fé. Será por eso que “Mi razón de ser”, o “Cómo te voy a olvidar”, o “Los caminos de la vida”, me llevan a aquel mundo que no pertenecen mis pies, ni mis brazos y que solamente puedo disfrutar admirándolo de lejos, o prometiéndome que algún día tomaré unas clases de baile. Y después, aquella universidad que no me gustó en nada, pero cuyos amigos para mi fueron una diversión constante, me traen merengues de vacas lecheras y música ranchera para cerrar tardeadas. Y con los otros amigos, los más tranquilos, con el perdón de semidios, aprendí a aceptar a Arjona, y sus metáforas fáciles, y sus salidas comunes, y sus palabras sencillas a veces llenas de una verdad envidiable, absurda y estúpida. Pero para tranquilidad de semidios, gracias a él estoy apreciando verdaderamente a Depeche Mode y a Nada Surf. Y será que los blogs como skene están llenos de Abel Velazquez, a quien conocí demasiado tarde, están llenos de blues, de jazz, de alternativo, de otro rock más, de Wilson Pickett, de Cat Fool, de Belle & Sebastian, otros sonidos…

Será que la UNAM me dejó a Placebo, para placer de Ariadna y se ha empalmado con los viajes a Puebla, donde Gibrán inevitablemente canta cuando suena alguna de sus canciones. Será que puedo escuchar Luna Menguante, Duvet, Adiemus y variedades de Chill Out en loops casi infinitos porque estoy enamorado de Sol. Y la música se complementa, y le acompaña a uno en todas partes, aunque su efecto sea mínimo, algo se estará moviendo en la parte trasera de tu mente al unir música con imágenes mentales.