A todos los del grupo les conocí desnudos: Horacio, el Negro, Azul, Eva, Marcos… estaban en la habitación del registro, las dos mujeres estaban en la cama con Horacio, mientras que el Negro y Marcos compartían un sillón. Almaguer y yo nos jalamos unas sillas que había alrededor. Estaban tomándose un café (excepto Eva, quien tomaba té), después de una de sus sesiones regulares. Reían, charlaban, me apretaron la mano, me incorporaron a la plática, saludaron a Almaguer como si fuese un padre y no debían ser aún más viejos que él (excepto Eva, que debía tener como unos treinta y cinco o treinta y seis años). En ese momento comentaban sus episodios de Los Simpsons y luego de South Park, entonces el Negro, quien se resistía a hablar portuñol, les comentó de Twin Peaks y decidí participar en la plática, ya que había visto varios episodios. Procuré estar de acuerdo en todo lo que decía, sobre todo de aquellos métodos especiales que utilizaba Dale Cooper para encontrar las pistas, de sus sueños y de los palos que aventaba (no pun intended), en lo que mi cerebro registraba la desnudez de los participantes, sobre todo la del negro y su miembro enorme, retándome a que me burlara del cliché. No sé si me vi muy obvio, yo sólo se que platicaba, claro, de Twin Peaks. Aún no puedo creerlo. —29 de Noviembre, 2003.

Eva esta buenísima, para su edad…
Azul esta linda, esta tierna… aparenta ser más joven. Jennifer Conelly.
Marcos es rubio oxigenado.
Horacio parece un tepiteño en esteroides, aunque no habla como tal.
Del Negro, ya no quiero hablar del Negro. Me intimida.
–30 de Noviembre, 2003.

Pornografía entre amigos, pornografía con algo de valor moral, pornografía entre personas con lazos estrechos o cosas en común. Un reality show pornográfico, la nueva novela de la televisora que se les ocurra. Eso vendía Almaguer, quien se había transformado en una especie de padrote moderno. Eso me mostró la primera noche, cuando el grupo estaba reunido, sin intimidarse por la desnudez del otro. Incluso yo, después de veinte minutos de compartir con ellos una charla, un café, y vestido, ya me sentía parte de Luxus. Platicamos de televisión esa noche, Eva y Marcos platicaron de libros, algunos de los cuales había leído y otros de los que no tenía idea. Eva era española. Marcos era argentino. Horacio era sureño, El Negro era brasileño y Azul era chilanga, como un servidor. Ya llevaban en el negocio un año aproximadamente y se reunieron con unos meses de diferencia. Un año intercambiando más que palabras, je, pun intended. Durante el transcurso del tiempo, hubieron otros pero no pudieron adaptarse, no habían logrado un lazo común con ellos. Podía sentir la mirada de Almaguer mientras interactuaba con el grupo, lo miré y por su expresión, podría jurar que estaba orgulloso.

–No fue fácil –me dijo una vez Almaguer–, me tomó cinco años formar un buen grupo como ese con la capacidad de confiar los unos en los otros. Además son muy versátiles, todos ellos, estan dispuestos a vender escenas especiales al cliente, sin miedo alguno o sin derrumbarse por un susto como para echarlo todo a perder. Más de una vez, alguno de ellos ha entrado en crisis pero siempre esta el otro para ayudar, ¿me entiendes? Rara vez acuden a mi para “purificarse”. Son una familia.

Animales, pensé cuando me lo dijo. Animales a los cuales les voy a hacer un estudio.

Me quedé platicando con ellos durante dos horas más, después Almaguer se levantó y les sugirió que durmieran, porque el ejercicio era pesado si no habían dormido y nos excusó, que porque aún tenía que mostrarme mi habitación. Me levanté entonces y volví a estrecharles la mano a cada uno de ellos, les miré los ojos para buscar la verdad detrás de todo ese teatro y, caray, nunca he sido bueno para buscar verdades, de ser así habría sabido que Lorena no deseaba casarse conmigo. Mis instintos se dieron por vencidos y me decían que estaba ante algo genuino. Salimos del Registro, miré a Almaguer durante un momento, estaba frente a un sueño. ¿Cuántos no desearían estar en ello? Aún por morbo, ¿cuántos no quisieran estar presentes y atestiguar una escena de sexo? ¿Y además, Almaguer estaba dispuesto a pagarme por escribir de ello? Parecía que era justo lo que necesitaba después de una negativa de matrimonio y después de perder un trabajo que “porque bebía demasiado”. ¿Cómo podía decir que no?

–Creo que ya te das una idea –me dijo Almaguer, mientras me dirigía por la mansión. Mi cerebro registró lo más básico: Abajo estaba el Registro. En medio estaba todo lo demás. Arriba estaban las habitaciones. Más tarde me enteraría que mi frugal diagnóstico pudo haberme impedido el acceso a una biblioteca y a un estudio, donde desperdicié muchas de mis horas en los días que siguieron–. Lo que necesito de ti es que escribas de ellos. A mis clientes les quiero entregar una especie de diario, de acontecimientos que suceden fuera de las noches, que los hace pensar, que los hace despertar, sus intereses, lo que recuerdan de su tierra y de sus familias. No lo hago en video porque sería demasiado caro y poco práctico. Prefiero que alguien se los escriba y sorpresa, pensé en ti. Quiero que me entregues algo semanalmente, para yo publicarlo en el boletín y ya.

Animales. No respondí nada en ese momento, había muchas cosas que me pasaban por la cabeza, muchas preguntas. No todo estaba lo suficientemente claro, había cosas que no embonaban. Yo aún no me creía que hubiera un grupo como Luxus, que durante dos años tuvieron sus charlitas, su hora del té o del cafecito, mientras estaban desnudos en la cama. Y francamente, cuando conseguía mi pornografía, no me ponía a pensar si los de las fotos eran amigos, o cuates, o compadres, o (en el peor de los casos) hermanos. Tal vez por eso… creo que esta fue mi última curiosidad verdadera.

Jugué al abogado del diablo durante cien noches.

Y gané.