Me gustan los días nublados, los perritos con ojos tristes y estoy en este concurso para terminar con el hambre en África y buscar la paz mundial y cuándo me case, seré un amo de casa y tendré tres hijos.

Hoy fue un día gris, con esas nubes pobladas, con ese sutil aroma a tierra húmeda que en esta ciudad, o uno lo cree de verdad o solamente se lo imagina, y nos conduce a la fantasía de que menos urbanización sería mejor. Me recordó a ese viejo puesto de zapatos, gris o azul, donde mi abuela ponía su mercancía y la dejaba lista al siguiente día. Donde recibía a sus clientas para platicar y venderles los nuevos modelos que había conseguido. En esos días grises no había mucha clientela… así que lo aprovechábamos para leer o para jugar ajedrez. Al empezar a caer la lluvia, me olvidaba de subirme a la resbaladilla o de jugar en el pasamanos con los otros niños del mercado y me olvidaba por el regaño que vendría después o por la rotunda negativa de esos ojos duros.

Había días en que jugábamos dentro del mercado, cuando no había gente en los pasillos, un chico llamado Ramón, tal vez otro llamado Germán. Uno pensaría que era regularmente pero no era así, en ese mercado olvidado de Dios, sin letreros que señalaran su posición. El famoso Mercado de la Jardín Balbuena y ni una puta señal de dónde estaba.

Nos compraron una parrilla eléctrica que la abuela usaba para calentar un poco de agua y se preparaba un café, muy de vez en cuándo. Yo no bebía café, en ese entonces los niños no lo hacían. Mi abuela bebía mucho café cuando yo era un chilpayate, ahora que recuerdo, café y pan de dulce, a ella le gustaban las conchas y los cuernitos, y después vinieron los achaques, las visitas frecuentes a uno que otro doctor. Mi abuela pensaba que el café no la dejaba dormir. Uno que otro doctor le dijo que no bebiera café, supongo… y le bajó a la dosis. Entonces empezó a comprarse descafeinado… Dios…

En serio. Es de familia.

Días grises como el de hoy, me recordaron al patio húmedo y al recreo, lleno de escuincles esperando bajo los techos. Me recordó a los lángaras que empujaban a sus amigos para que se mojaran o que no los dejaban estar bajo la protección del concreto. Me recuerda al champurrado caliente de chocolate que vendía una señora en la cooperativa que se lucraba bastante bien con Tláloc. Cuando me sobraba alguna moneda por no gastarla en las maquinitas de la farmacia, me compraba uno de esos y me lo bebía aunque me quemara la garganta. Jesús entonces me invitaba de sus chicharrones, con salsa verde hecha en casa y nos esperábamos sentados en las escaleras a que terminara de llover.

Me recordó a la ventana de aquel quinto piso, en el departamento más grande que hubiéra vivido jamás. Me recordó a la ventana donde vi mi primer y único tren, en funcionamiento, con todo y humo contaminando el cielo. Me recordó a los días donde llovía, aunque el sol estuviera iluminando todo a su alrededor. Esos días me hacían sentir extraño… esos días eran mágicos, porque las gotas del cielo traían al sol consigo, en el brillo, en lo cálidas que se sentían.

Esos son parte de los recuerdos que me traen los días nublados. Eso… y reafirmar que me derriten los perritos con caritas tristes.