Este es un post original de Big-Blogger…

Aunque este, lo guardé para que lo puedan leer aquí…

Algunos lo conocerán mejor por “The Pillow Book” o bien, “El libro de cabecera”… es el libro donde surge la historia de aquella película de Peter Greenway, donde las mujeres tuvieron oportunidad de ver absolutamente todo del tipo este… el escoces… ¿cómo se llama? En fin. ¿De qué trata? Es una colección de listas, de recuerdos y anotaciones en forma de diario que surgen a través de los objetos citados, de leyendas japonesas y chinas, de poesía y de ensayos que la autora, Sei Shônagon, escribió durante el servicio como menina de la Emperatriz.

Este libro lo compré en la FIL… si, allá en Guadalajara, hace mucho mucho tiempo…

Ajem. El primer y único día que fui a la FIL, me llevaron Arturo y Paulinita. En verdad no iba a ver libros, ni a escuchar a famosos… hechos y derechos escritores hablar… tampoco pensaba en comprar este libro. El día que fui a la FIL pensaba encontrarme con una señora, amiga de hace diez años, quien insistía en que nos viéramos. La cosa es que, según ella, no podía dejar ir Guadalajara sin verla a ella y a su sobrina, una moza de mi edad. Ustedes armen una historia, yo les di las piezas. La verdad, tan sólo esperaba encontrármela, saludarla, darle un abrazo y salir corriendo.

So, en cuánto llegué marqué a su celular, pero la señora nunca respondió y fue entonces que pudimos pasear libremente por los pasillos de la FIL. Paulinita me explicó una cosa: como acostumbran a hacerlo allá es darse todo un recorrido en forma zigzagueante, apreciando de poco en poco todos los estantes, haciendo notas de los libros que podrían comprar. Yo les rompí el esquema, cuando vieron que yo buscaba editoriales y buscaba en base a ellas. Y es que cuando tomo nota de un libro que me interesa, lo primero que anoto mentalmente es la editorial…

Fuimos primero a Alfaguara, donde vi el Cuentos Completos de Onetti por el módico precio de trescientos varotes. Suspiré, me lo anoté como prioridad, si sólo si, no había otro libro que necesitara antes. Llegamos al lugar de Paidos, donde vi como suspiraron por muchos de los libros… y luego fuimos al stand de Cuba, donde Arturo suspiró con énfasis sociológico, y pasamos por el de Colombia buscando a Coral Bracho… y pasamos por Delti, donde pregunté por la antología blanca de literatura inglesa y no me supieron dar respuesta… y así, paseamos y paseamos hasta que llegamos a un stand, donde hombres y mujeres finos, trajeados, fumaban en mesitas azules y discutían ruidosamente.

Eran los argentinos.

Decidí darme un paseito, por si encontraba algo de Cortázar, Borges, Sabato, incluso Onetti en un menor precio. Sin embargo… un libro de tapa negra, que se veía un poco triste, me llamó la atención. Me acerqué y leí: “El libro de la almohada”. Lo tomé, le di varias vueltas, chequé precio. Era un libro delgado, yo lo esperaba más gordo. Y el precio, ciertamente, era muy accesible. Había borrado a Onetti de mi lista de prioridades y puse aquel, más otros dos de menor precio. Es lo malo de no tener dinero y estudiar literatura: lo poco que tienes, se lo acabas dando a los libros. ¿Y qué nos dan los libros a cambio? Eso lo sabrá cada uno.

Paulinita quedó encantada con el libro. Yo lo tomé y me sonreí, este sería el regalo perfecto para Sol. Nos fuimos contentos a pagarlo antes de que cualquier cosa sucediera… alguien con mejor juicio se lo llevara, ¿o qué se yo? Llegué con una argentina guapilla la cual estaba un poco engentada y no se sabía manejar bajo preción a la hora de cobrar. Esperé pacientemente mi turno. Cuando hubo terminado de vender un libraco, tomó el mío, le dio vueltas, checó algo en su computadora, me miró y me dijo–: Este no podemos venderlo, este es ejemplo de muestra.
—¿Y luego, por qué lo traen?
—Lo venderemos en el cierre de la FIL (che boluda).
—¿Y eso es?
—El miércoles.
—Ah ok… yo el miércoles ya no estoy. Gracias.

So… me puse de mal humor. Paulinita me dio mis palmaditas en la cabeza—: Ya, ya… vamos, chequemos en las computadoras, a ver si lo tienen en otro stand. So… fuimos a las benditas computadoras, después que Arturo terminó de discutir con un dependiente donde vendían libros, ajem, afines a él.

Okay… computadoras… L I B R O A L M O A D A, tecleó alguna chava para ayudarnos a buscar. —La H —corrigió Paulina. So… tomamos nota: Argentina (nah) y Perú (ummm). Caminamos al stand de Perú… y llegamos a un lugar poco organizado, poco concurrido, sólo una persona estaba atendiendo. Una señora que aún revisaba cajas. Pregunté por el libro y ella checó la computadora—: Dice aquí que si lo tenemos… pero como no hemos acabado de desempacar, deje ver si lo encuentro.

El acento peruano me pareció tan extraño…

La señora dio una vuelta y en esa sola vuelta, dio con el libro. Era como si estuviera destinado a ser comprado. No me alcanzaba, así que Paulina me prestó para pagarlo en el momento.

—Es el único ejemplar que traigo… se supone es de muestra. Pero no… luego no se venden los libros y regresamos con mucho, mejor que se venda —tomé la edición en mis manos, una edición muy superior a la que había en el stand de Argentina. Tan sólo la cubierta lo demostraba, el grosor del libro era mucho más amplio, contenía ilustraciones que algunos artistas japoneses hicieron en honor al libro.

—Si no la compras tú, la compro yo —dijo Paulina. Con eso fue suficiente.

Dimos un poco de más vueltas, Paulina se encontró con una vieja “amiga”… una de ojos muy extraños, que cuando los abría mucho parecía loquita. Platiqué un rato con Arturo. Le presumí a Terry Pratchett, uno de mis literatos ingleses de a kilo que son básicos para no tomarse las cosas tan en serio. Escribe fantasía con un humor un poco retorcido, a la Monty Python… recomendable. No sé de ahí, como saltamos a Isaias y a la esquizografía (me corriges si me equivoco Arturo). Mientras lo escuchaba hablar, me di cuenta de la cantidad de conocimientos que tiene Arturo y la facilidad que tiene para explicarlos.

Y después, nos fuimos un rato a sentar… para prepararnos a lo del Lima Bar. En el transcurso, platicamos de yerbas, de la UdeG, de las minifaldas… (hay una foto… jo, ¡hay una foto!).

Si… sigue Lima Bar.