Narayanath se limpió los zapatos recién boleados y después, le dio una mordida a su churro, un sorbo a su chocolate. Estaba meditando algo: sus movimientos muy lentos, medidos, como si fuese un experto en comer churros con chocolate. Y sus ojos, muy atrás, trabajando un proceso mental que para él es algo complejo. Lo sé, porque así soy yo. O eso quiero creer.

–¿Cómo te va en tu internet?

Por ahí va la cosa–: Bien.

–¿Si? ¿Ya subieron tus lectores de quince a quince punto cinco?

Este cabrón…–: No lo sé, casi no he checado estadísticas.

Él asintió. Ahí cometió un error… debió encogerse de hombros en vez de asentir, definitivamente por ahí va la cosa.

–Me dieron ganas de abrir uno.

–¿Un qué?

–Un diario como el tuyo. He estado leyendo en un cybercafé.

Quien lo iba a pensar… Narayanath en un café, debe ser una imagen muy bohemia. Supongo que se lo deben imaginar como yo lo miro: Un hombre de ropa vieja. Cabellos totalmente canos, largos y lacios. Apiñonado y arruga sobre arruga en los ojos. Mi mujer alguna vez comentó que mi mamá poseía mucho caracter en su silencio, que estos imponían. Ahora entiendo que ese silencio, que adquirimos todos los Salazar, viene de parte de aquel hombre y de mi abuela. Incluso, estoy temiendo que mi abuela lo adquirió, lo asumió de él. (Recuerdo aún esa presencia imponente, que tan sólo por su historia pasada podía ser soportada)

–El problema –dijo Narayanath–, es que mi tiempo ya pasó. Yo no podría tener uno. Hiciste bien en abrirlo hoy.

–Dos años, desde hace dos años.

–Como sea… a lo que me refiero es que… –dijo Narayanath, piensa, anda, piensa… me gusta verte pensar–, creo que pronto esos diarios podrían ser igual de válidos que un libro o que un periódico. La gente los utilizará para citarse unos a otros, o lo utilizarán como el caudal de experiencias que no pueden vivir por cuenta propia. Serán el entretenimiento, la cultura, el conocimiento y la información, dependiendo cuál leas.

–Ajá… –Cómo te explico que eso ya está sucediendo.

–Se me hace muy interesante –dijo–, me hubiera gustado abrir uno. Así mi nombre no se perdería tan facilmente: Narayanath dijo esto, Narayanath dibujó aquello. Sería la verdad para un sólo lector y con eso, estaría más que contento.

–Bueno, la gente es lista. No creo que le den a tus palabras a un rango de verdad, así como no creo que lo hagan con las mías –cigarrito, quiero escucharte discutir… anda, anda, ¡anda!

–No… la gente no es lista. Somos estúpidos, la mayor parte del tiempo –sonrió, sonrío–. En unos años… los que sean constantes o los que trasciendan con pocas palabras, pero de calidad, serán citados. Esto… está cambiando todo como lo conocemos: la escritura, las experiencias, los cuentos, los reportajes, los inventos. Pronto estarán todas las opiniones, todo el conocimiento del mundo… y no habrá quien lo detenga.

–Tal vez así sea.

–Así sea.