So, estaba en el metro aquella vez… medio dormido, ya era noche y la línea verde, extrañamente estaba casi desierta. Llevaba mi mochila en mis piernas y es de esas veces que no sabes como acomodarte, si poner los brazos encima de la mochila, o si recargar la cabeza contra el cristal, o nada más cerrar los ojos y contar los segundos entre estación y estación (como unas nueve o diez me tocaban esa vez). Había una pareja de novios atrás de mi, hablaban en voz baja, los murmullos eran muy pausados, apostaba que eran universitarios como yo. Al menos los murmullos no se escuchaban como de gente grande. Entre quedarme dormido, ocupar ambos asientos para mi persona y prestar atención a la parejita de atrás, se me fue un tercio de trayecto.

Y después, o empecé a escuchar, o me inventé toda la conversación por el puro gusto de hacerlo…

Ella–: Entonces, ¿no me vas a decir?
Él–: Que no, cuando lleguemos.
Ella–: Anda, dime de una vez. ¿Qué vamos a hacer?
Él–: ¡Qué no, que cuándo lleguemos!
Ella–: Ush –pausa–, ¿y si se fueron?
Él–: Si, tres días.
Ella–: ¿No va a llegar nadie?
Él–: No, hoy tenemos para nosotros y mañana para la peda.
Ella–: Muy bien… ¿y qué me vas a hacer?

Si, ¿qué le vas a hacer?

Él–: Necia.
Ella–: Cuéntame, ándale. ¿O qué, quieres que te ayude?

Anda, ayúdalo al pobre.

Ella–: Mira, me puedes tocar acá.

¿Senos? No, de reojo… que ternura, boca. Puagh.

Ella–: Acá, (nuca, frío). Acá, (ambas mejillas, una ternura de escuincla), O acá donde te gusta, (ahí si ya no me pude asomar, apuesto que cuello y otra serie irremediables de “acás”, terriblemente coquetos y rosas).
Él–: Pues si, y aquí, y aquí, y aquí también… es más, aquí me gustaría más.
Ella–: ¿Tan rápido ahí?

Me sonreí de lo cursis, ridículos y pendejos que se oían. Y bien, ahí estaba yo, escuchando. So, ¿quién es más pendejo? Dejé de pensar en ello y acomodé mis orejas para oír mejor, a ver si en algún momento se ponía interesante.

Él–: No te digo nada porque nos van a escuchar.
Ella–: Pues que nos escuchen. Solo estamos tú, yo, y el de atrás. Pero parece que está dormido.

Me dieron ganas de alzar la mano. Jaja.

Ella–: Hasta podríamos hacer “cositas”.

Huy… es de esas ternuras cachondas, perversas perversas.

Él–: ¿Qué haces?
Ella–: ¿Qué parece que estoy haciendo?
Él–: Estate, ya casi llegamos a la siguiente estación.

Ruidito. A ver, pera… ruidito ¿metálico? Um, movimiento. Metro, si, efectivamente, siguiente estación.

Ella–: A ver, pon la mochila y la chamarra.
Él–: ¿Para qué?
Ella–: Para que no vean zonzo.

Este cabrón hace tantas preguntas que hasta dan ganas de madrearlo. ¡Actúa, por el amor infinito de Jesús y todos sus apóstoles, actúa! Si preguntas… me volteo y te digo algo…

Él–: ¿Qué vas a hacer… ahhhh………….?

Movimientos y después, un silencio sepulcral. La risita de ella, él tosiendo. Se daban un beso de vez en vez y a mi, todavía me faltaban tres estaciones para llegar a la que era mi casa.