–Bajé un disco poca madre, gordo. Son puras rolas dedicadas al padre –dijo Cryztalez. Le escuché pacientemente, el click inmediato fue: “Si Cryztalez no tiene padre”, por eso me identifico mucho con él, porque ambos somos hijos de madre soltera–: Cuando se murió mi abuelo, me fui a una cantina y pedí que me pusieran este disco. No mames, con tres chelas yo ya estaba pedísimo. Imagínate lo que hace el alcohol cuando estás deprimido. Pero si estaba muy mal, mi abuelo siempre fue mi imagen paterna.

Eso me remitió a mi borrachera personal, cuando murió mi abuela. Uno o dos meses después del sepelio, Jorge consiguió el trabajo de poner música para un “Día de Muertos”. Bueno pues… un Halloween. Era en una casa en Jardines del Pedregal, un señor con varo. Para esa fiesta, preparó una casa del Terror y se gastó un dineral en ello, corrían los rumores de que había gastado entre cincuenta-setenta mil pesos.

So, a nosotros nos tocó poner la música de la fiesta. Juan Carlos y Jorge iban de Dj’s, yo iba de achichincle cargador. Fui específicamente a esa fiesta sabiendo que me iba a emborrachar, que nos iban a dar hasta que nos atascáramos. Y a medida que pasó la noche, no me negaron ningún trago. Lo bebí todo: whisky, tequila, ron, vodka. Solo faltaron las cervezas… pero neh, ¿Cerveza en una fiesta en Jardines del Pedregal? ¡Por favor!

Sabía que estaba muy grande y que necesitaría una gran cantidad porque a mi el alcohol no me hace nada, so… bebí y bebí, y a medida que pasaba la noche, me dedicaba mirar a los que festejaban, seguí bebiendo y recordando. Recordaba que mi vieja pensaba en el Día de Muertos con anticipación, mencionando unos días antes que debía llevarle flores a su padre. Siempre prometiendo que lo haría y sus hijos diciéndole que adelante, que pidiera el dinero nada más. Y a mi vieja le daba pena gastar dinero en algo tan sencillo como un boleto de camión para llevar flores a una tumba, seguramente pensaba que eran tonterías. El primer árbol que vieras en la tumba de tu padre, mi vieja, dirías que era de él. Sus entrañas carcomidas, convertidas en un árbol. Eso decías y te daba pena.

Y los recuerdos de mi vieja, giraban en frente, como imágenes disueltas entre una y otra… mientras una disfrazada de gata daba vueltas con el disfrazado de orangután, y se reían, y le alzaba la cara al chango para besarlo. Lloraba, me acuerdo que lloraba y sonreía, pensaba en mis adentros que nada podía ser más bello que un chango besando a la gata. Que nada podía ser más bello que dar vueltas, sin razón aparente y reír como idiotas. Que nada podía ser más bello, que pensar en el árbol que crecía en la tumba de mi abuela.