Hace unos cuatro o cinco diez de mayos, día de las madres en México, compró dos tarjetas que nunca regaló. Con uno de sus primeros sueldos, se dio una vuelta a Sanborn’s y se dedicó a escogerlas. Nunca había regalado algo a su madre, y a su abuela, puesto consideraban esas fechas sin importancia. Y él había aprendido a considerarlas de igual manera.

Pero compró esas tarjetas, hace cuatro o cinco diez de mayos, pensando en que debiera regalarles algo de una vez por todas. Escogió una de dos rosas para su abuela, una juvenil y llena de colores para su madre. No le prestó atención a las leyendas de ambas tarjetas, pensó que podría escribirles algo bonito… después de todo, para eso vivía, para escribir. Ya se las ingeniaría para escribir los agradecimientos, los buenos recuerdos, el amor y el cariño.

Compró las tarjetas, hace cuatro diez de mayos y se olvidó de escribir en ellas, lo postergó y lo postergó. Su abuela murió y su madre, está en algún lugar… el recuerdo de esas tarjetas pudo haber sido distinto, pero ahí queda.