…de su tilín tilín con bélico furor mientras lo lavaba con el religioso cuidado de una virgen.

Un hombre común, como cualquier otro… ¡Vaya! ¡Hasta podría ser un bloggero como todos nosotros! Imagínense a un burócrata, a un profesor de la escuela, a un señor barrendero o a un ejecutivo de alto grado… cómo quieran, es un hombre común, con una vida común y un coche común. ¿Qué más puedo decirles acerca de él, qué la palabra común no pueda describir? Tal vez… tal vez… si hay una cosita, una cosita pequeñita que se sale del contexto o de la obviedad de la palabra común, no digan a nadie que yo se los conté y préstenme su manita, –les prometo que no pienso menear nada con ella… solo quiero llevarlos de la mano, no sean tímidos… anden, anden chiquitos y chiquitas… acérqueNsen tantito… ¡vamos a jugar a los espías!–. Echemos una miradita en el mundo de este hombre común excepto por una cosita pequeñita…

(asomémonos por la cerradura del baño)

SE CONSIDERABA UN EXPERTO MENEADOR.

(¡Nooooo! ¡No aparte la mirada! Mire usted, ni crea que se me escapa)

Se miraba al espejo y se decía: Ayam Masturbeitor-verber. Le meneaba al tilín tilín con una sonrisota, que ni vean, mientras susurraba a viva voz: a huevito… a huevito… a huevito… así con un ritmo magistral.

(apuesto a que se lo imaginó gráficamente, pues imagínenme a mi, cargando la imagen mental todo el día y silbando en la calle: a huevito, a huevito, a huevito… ser escritor de porquerías no es fácil, ¡ahora sufran conmigo!).

Y con el cuerito, hacía representaciones de todas las obras magistrales hechas por el hombre. Desde la Torre Eiffel, hasta la Esfinge. Desde la sonrisa de la Mona Lisa, hasta el rostro enigmático del Pensador mirando al infinito. Es que era un meneador experto, para él, su piel era como barro. (específicamente la de e-se-pun-to en partícular).

(El arte de la humanidad, en el tilín tilín de un imbécil. Such is life in the fucking tropics, hurray!).

Y lo hacía con un bélico furor, que en cualquier momento parecía que se le rompería. ¡Pero no! Es que el señor ya había agarrado callo (li-te-ral-men-te) y conocía, perfectamente, sus límites y sus estiramientos. Al igual que sus ojitos que se le ponían blancos, blancos… y aullaba como un vaquero, montándose en la taza de porcelana o en la tina turca como alguna vez fue.

(NO APARTE LA VISTA, NI CREA QUE ME VA A DEJAR SOLO CON EL MARTIRIO DE PENSAR COMO ES UN MENEADOR DE SU TILÍN TILÍN. Querido lector, por una vez… sufra conmigo, per piaccere!).

Ya en las últimas, fúricas y bélicas meneadas… nomás se escuchaba el agudo susurro traspasar la noche y eternidad: a huevitooo… aaaa hueeevito… a aa a aa hhhuurgheevitiiiitoooooo……..*****

(Explosión de un volcán. ¡El fuego de Heráclito se queda pendejo!. ¡Qué imagen tan ad hoc la de los cineastas!)

Pues tanto cariño le tenía que se demostraba en el proceso siguiente… lavarlo con el religioso cuidado de una virgen, no es sencillo. Sales aromáticas, toallitas para piel hipersensible, jabones neutros y un moñito rojo para ponérselo todas las noches… así, así… apenas y lo acariciaba, después de haberle puesto semejante maltrato al pobre individuo… y bien, si necesitan saber esto… (yo no, realmente no), la calva le quedaba brillante. PLINK!!!!

(finitum, ya no más tortura… ni para usted, ni para mi… ¿le parece?)

Ahora, imagínense… que no era un hombre del todo común.

Imagínense… que es Batman.

Y toda su vida, quiso ser Batman.

BATMAN! dugururu… BATMAN!